Los beneficios de la flexibilidad son indudables, y se aprecian más con el paso de los años. A un niño no le cuesta ponerse los calcetines, ni le duele la espalda cuado se ata los cordones de los zapatos. Hay una edad madura en la que se perciben los primeros síntomas de algo que Leo Harlem describió como el “síndrome de la baldosa”. Se lo explicaba el cómico a su entrenador personal en su primera visita al gimnasio: “escúchame bien, a mí es más fácil partirme que doblarme”. Pasa con el cuerpo, y pasa con la mente.
Es importante insistir en los estiramientos para evitar el acortamiento de las fibras musculares, prevenir así su rotura y mejorar la movilidad articular. Con las ideas sucede lo mismo. Si uno no las estira un poco a base de reflexión, lecturas o conversaciones con personas que piensan distinto las convicciones se convierten en dogmas. En el campo del pensamiento político, los dogmas son lo más parecido a las baldosas.
Andan las izquierdas y la derecha pata negra de este país alborotadas porque Feijóo se ha puesto a hablar de flexibilidad laboral, permisos de paternidad, conciliación familiar y acceso a la vivienda. Unos le critican porque se mete donde no le llaman, en el terreno de las políticas sociales, que es patrimonio de los zurdos. Otros, los liberales puros que se baten en primera línea de la batalla por las ideas, porque el gallego es un político débil, un maricomplejines que compra el discurso socialdemócrata por falta de convicciones propias.
Al politólogo Francis Fukuyama lo crucificaron hace unos años por su profecía sobre el fin de la historia, entendida ésta como una lucha de ideologías. La derrota del fascismo y el colapso del comunismo dejaron a la democracia liberal como único sistema capaz de proveer soluciones globales y prosperidad. Entonces surgió el neoliberalismo, con su rigidez en defensa de los mercados y sus excesos en la aplicación del concepto liberal de “responsabilidad personal”, proporcionando un oportuno balón de oxígeno a una izquierda que andaba boqueante de ideas, centrada en los derechos de las minorías, Palestina, el revisionismo histórico, lo woke y tal y tal. El problema fue que en ese maremágnum la izquierda se olvidó de las mayorías.
Hace un par de años Fukuyama tuvo que publicar un librito (El liberalismo y sus desencantados, Ed. Deusto, 2022) explicando lo que muchos ya sabíamos, que “el liberalismo bien entendido es compatible con una amplia gama de protecciones sociales sociales proporcionadas por el Estado”. Y que el error del neoliberalismo fue “llegar a un extremo en el que los derechos de propiedad y el bienestar de los consumidores eran objeto de adoración, y todos los aspectos de la acción estatal y la solidaridad, denigrados”. A este clavo ardiendo se ha agarrado la izquierda en el siglo XXI, y en muchos casos se ha quemado.
El liberalismo ha sobrevivido con mejor salud y resultados que el socialismo porque, a partir de la idea de libertad individual, ha sabido adaptarse a las nuevas realidades y ha asumido sin traumas los aciertos de la socialdemocracia. Las políticas medioambientales, los derechos del colectivo LGTBI, la regulación del aborto, los planteamientos del feminismo no desquiciado, una sanidad y una educación públicas y universales… nada de esto plantea problemas a la mayoría de votantes que proporciona triunfos electorales a la derecha moderada. Y no pasa nada por reconocerlo.
A diferencia de la buena opinión que merece la práctica del yoga y los estiramientos, la flexibilidad ideológica, la aversión al dogma y la capacidad de adaptación a realidades cambiantes, son interpretadas hoy por algunos como síntomas de cobardía o debilidad política. Ahora resulta que el tren no es una solución a problemas graves de movilidad, sino una idea de la izquierda. En este punto habría que darle la razón al PSIB en Mallorca. El tren a Llucmajor es una idea de Armengol. Eso sí, solo una idea. Ni un puñetero kilómetro de vía férrea en los ocho años de su mandato.
Esta semana Marga Prohens pasó por encima de toda la oposición en el debate de política general celebrado en el Parlament balear. Tuvo algo de humillante su intervención, como de bulldozer aplastando portavoces que no se veían venir la avalancha de propuestas que iba soltando la presidenta. Excepto en el caso de Lluis Apesteguia, el líder de Més cuya autocrítica otorga credibilidad a su actual discurso, el resto de intervenciones tuvieron momentos cómicos. El mejor fue el de Negueruela, a la altura del mejor monólogo de Leo Harlem, cuando acusó a Prohens de gobernar para los poderosos minutos antes de que la presidenta de los hoteleros embistiera contra la líder del PP por subir la ecotasa.
La cintura política que está demostrando Prohens tiene descolocados a todos los que la trataron como candidata entre el menosprecio y la condescedencia, incluidos el PSIB, la FEHM y algunos medios de comunicación. Le acusan ahora de robar el programa a la izquierda, como si evitar los atascos, aliviar la saturación turística o facilitar vivienda asequible fueran objetivos políticos vedados a la derecha, que debería quedarse embutida en los corsés ideológicos que le abrocha la izquierda. El tren no lo inventó Karl Marx, y la derecha civilizada lleva décadas regulando los usos de la propiedad privada, algo a lo que no se atrevió la izquierda a la hora de poner freno al alquiler turístico en Baleares. Y ahora se rasgan las vestiduras.