Desde que Esperanza Aguirre llamó al ‘rearme ideológico y programático’ del centroderecha, venía pasando el tiempo y el PP no daba muestras de recoger el guante. Al contrario, daba la impresión de permanecer en la renuncia definitiva a la pluralidad temática e ideológica en el interior del partido. La consecuencia, para descontento de muchos, parecía significar que tampoco se estaba por abordar en serio la tan necesaria ‘batalla de las ideas’. Aunque visto desde fuera, nunca he llegado, personalmente, a entender cómo en el PP se podía aceptar, casi con entusiasmo, la superioridad moral de la izquierda y cómo se debían de evitar ciertas cuestiones de la agenda social. Actitudes que siempre he valorado como una indecente claudicación intelectual y, en consecuencia, siempre me han tenido en la resistencia.
Semejante estado de cosas, pensaba, no podía durar eternamente. El desconcierto, que era palpable en ciertos círculos del partido, no podía seguir siendo dueño del panorama de su actividad política. Me preguntaba sobre algo sencillo y evidente: ¿Cómo era posible que no se funcionase de hecho con la idea de asistir a una época de cambios? Es más, ¿cómo no se tenía en cuenta que vivíamos en un cambio de época? Dicho de otro modo, no podía entender por qué el PP no hacía suyo un criterio universal de actuación política, consistente en tener siempre muy presente los signos de los tiempos. ¿Cómo se podía permanecer anclado en ese inmovilismo y aspirar, al mismo tiempo, a liderar la sociedad española en permanente mutación? ¡Contradicción evidente! ¡Se estaba siguiendo un mal camino!
Creo que llevaba razón Fede Durán al subrayar que “lo que el público quiere, más que lloros y amenazas, son ilusiones. El PP aún está a tiempo de ponerse guapo e hilvanar un discurso seductor”. Sin duda. Para ello, sin embargo, debería arrojar a la papelera su ‘taciturnidad ideológica’ y ‘urdir políticas atractivas y comunicarlas con claridad’ (Garrido Ardila). Disponía de personal competente para concebirlas y presentarlas en sociedad. ¡Ilusionar! ¡Seducir¡ ¡Sorprender! ¡Comunicar! ¿Por qué negar tal capacidad y energía al PP actual? ¿Por qué no ponía manos a la obra?
Confieso que, por fin, sentí un cierto alivio, que despertó en mí una cierta ilusión al escuchar de Feijóo estas palabras: “Pero por supuesto que la batalla de las ideas hay que darla, ¿cómo no?”. Pues bien, creo que la gran base social del partido, la sociedad española y, en particular, las generaciones más jóvenes, esperan que, efectivamente, el PP cumpla, por fin, su promesa: el movimiento se demuestra andando. El partido no puede seguir decepcionando a la masa social mediante el olvido de tan elemental principio y, por supuesto, jamás debería incurrir en los titubeos y en el abandonismo de tiempos pasados, no demasiado lejanos, como en la etapa de Rajoy. El ideal liberal no debe de abandonarse en modo alguno. Al contrario, ha de ser guía y norte pues tiene muchísimo que ver con la identidad y lo distintivo del partido frente a otras formaciones políticas.
En este contexto, creo necesario subrayar que, para muchos entre los que me cuento, no es suficiente con ser buenos gestores, ni con criticar el oscuro mundo de VOX, ni siquiera con la permanente oposición a la deriva ‘sanchista’. El PP, en mi modesta opinión, viene obligado, en el momento actual, a presentarse a la sociedad española como una alternativa real al ‘sanchismo’. Nada, absolutamente nada, de cuanto ocurre en la sociedad le puede ser ajeno. No entenderlo así, me suena a claudicación, a inhibición indebida, a desprecio a los signos de los tiempos, a no saber estar en política.
Para seducir y atraer, eso sí, el proyecto, que represente y ofrezca el PP, no ha de imitar el estilo ni la orientación de sus adversarios. Aquí le es exigible fidelidad total a su identidad. Viene obligado a ofrecer, como solución a los múltiples problemas reales de la gente (Feijóo), verdaderas alternativas atractivas, precisamente porque son abiertas y plurales y, en consecuencia, impiden que los ciudadanos hayan de “estar sometidos al proyecto de sociedad o de país” (Esperanza Aguirre) que haya elaborado partido alguno. Nada hay, en mi opinión, más atractivo y sugestivo que, en el marco de unas circunstancias dadas, cada cual pueda, en libertad, decidir su destino, su forma de vida y su manera de pensar. Cabalmente este marco de dignidad personal es lo que nunca han respetado los comunistas y nacionalistas y, en este momento, los ‘sanchistas’. Por eso, precisamente, el proyecto del PP ha de ser voluntario y consensuado con los agentes sociales. El protagonista no ha de ser el Estado que impone sino el ciudadano que elige su futuro.
Me parece obvio que ahora España necesita demasiadas cosas, demasiados cambios, y en demasiados ámbitos trascendentales. Desde la perspectiva más íntima del PP, me parece necesario que éste, sin duda, “incorpore algunas de las tradicionales ausencias del corpus mental conservador” (Fede Durán). Esto es, debe poner en hora el reloj. “Y eso, como ha dicho con acierto Feijóo, “no lo lograremos con más de lo mismo”. ¡De acuerdo!
Por fin, algo se está moviendo en el PP y en lo más recóndito de la derecha. ¿Cómo es posible que los movimientos recientes de Feijóo, tendentes, por ejemplo, a “poner a la familia en el centro de la política” (Jorge Vilches), puedan sorprender a nadie? ¿Acaso la flexibilidad de la jornada laboral ha de cederse de antemano al ‘sanchismo’? Cierto que rompe estereotipos. Pero, bien venidos sean. Es cierto, por otra parte, que el inmovilismo “nos aboca a la desaparición” ( Francisco Vea Folch).
Gregorio Delgado del Río