En marzo pasado, en estas mismas páginas digitales, eché de menos que en las campañas electorales españolas no se hiciese mención alguna a cómo gobernar los organismos internacionales, en especial la ONU. Lo hice porque cada vez parece más evidente la influencia de éstos sobre la legislación y las agendas de los distintos gobiernos. Es como si las grandes ideas se fragüen en los despachos de esos organismos, por burócratas desconocidos carentes de cualquier tipo de oposición, para luego implementarse a través de distintas actuaciones gubernativas. El sí, siempre bien envueltas con el celofán de haber sido elaboradas por “expertos”.
En este mismo sentido, el presidente de la República Argentina viajó, hace unos pocos días, a la sede neoyorkina de las Naciones Unidas donde dictó un histórico discurso denunciando esta situación. Su postura está lejos de ser compartida, pero creo que es la primera vez que un dirigente de gran relevancia internacional es capaz de describir y denunciar que “el rey está desnudo”.
Milei comenzó describiendo cómo las políticas colectivistas, aparentemente bienintencionadas, acabaron destruyendo su propio país, para, acto seguido, describir la transmutación similar que está experimentando el organismo supranacional. Señaló como la institución se creó bajo la premisa básica de que todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos, alumbrando uno de los periodos de paz y prosperidad más largos de la historia, contribuyendo a evitar la escalada de los conflictos.
Sin embargo, tal vez, por el éxito alcanzado, desde hace un tiempo, -como suele ocurrir con todos los organismos burocráticos-, se produjo una mutación por la cual ha pasado a ejercer un poder, carente de mandato, por el cual dicta lo que deben hacer los estados, y cómo deben vivir sus ciudadanos. Así, ahora, sigue una senda ideológica establecida por unas élites directivas que se atribuyen conocer mejor que la propia gente lo que les conviene. Lo cual nos está conduciendo, como ocurrió con nuestra nación hermana, a un colectivismo desesperante.
Sin duda, la Agenda 20-30 describe unos objetivos loables y de aceptación universal. Por ejemplo, propone acabar con la pobreza -¡Quién puede estar en desacuerdo!-. Pero las fórmulas diseñadas para alcanzarlo son las mismas que han agravado el problema allí en donde se han ensayado.
Para el profesor-presidente argentino, la única forma que conduce a la prosperidad y el bienestar es “limitar el poder del monarca”. La gente común debe poder hacer su propio camino. Sin embargo, la actual ONU en vez de reconocer todos los indicios del, cada vez más palpable, fracaso de la Agenda 20-30 apuesta por dar una vuelta más de tuerca anunciando “La cumbre del Futuro”. Más de lo mismo, inconfesable ente incentivada porque ese tipo de actuaciones, simplemente, afianzan privilegios.
Los gobiernos de Cuba y Venezuela forman parte de las comisiones de derechos humanos; se aceptan los postulados de los países que castigan a las mujeres por mostrar algunos centímetros de piel; no sólo se es incapaz ante el fenómeno terrorista, sino que existen serias sospechas de colaboración; o, incluso, se sigue indisimuladamente la senda marcada por los más poderosos del Foro Económico Mundial. Todo ello, es sin duda, una auténtica desnaturalización de sus funciones.
Javier Milei, finaliza su intervención proponiendo una vuelta a los orígenes protegiendo la libertad de las gentes, tal como ahora está ocurriendo en su propio país. Por lo que rechaza el pacto de futuro que el resto de líderes, mansa e interesadamente, aceptan. Prefiere optar por una alternativa “Agenda de la libertad”.
Por supuesto, se trata de un discurso rompedor que navega en la línea totalmente opuesta a lo establecido por la asfixiante corrección política. Pero, aunque sólo fuese por eso vale la pena abrir Youtube y dedicar unos escasos minutos a su visionado. Les animo a hacerlo, quizás logremos incorporar la ONU al debate público.