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Esa izquierda de la que usted me habla

Por José Manuel Barquero
domingo 15 de septiembre de 2024, 08:45h

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Algo tendrá el agua cuando la bendicen. Me gusta el refrán porque describe el funcionamiento habitual de nuestro cerebro. Si alguien recibe muchas alabanzas será por algo, alguna virtud debe atesorar, aunque a ti de primeras se te escape. Por tanto, aunque tengas dudas, merece la pena investigar el asunto. Este es el tipo de curiosidad que siempre me ha despertado la superioridad moral de la izquierda, un discurso extendido y aceptado por una mayoría de la intelectualidad occidental. Cuando el río suena… conviene poner la oreja.

Para empezar, los valores tradicionales de la izquierda suelen ser inatacables. A ver qué persona decente se manifiesta en contra de la fraternidad, por ejemplo. Una sociedad fraternal conlleva respeto y empatía por los demás. Por esta vía quedarían solucionados en 24 horas el conflicto árabe-israelí y la invasión de Ucrania por Putin. Casi nada. Sucede que el mundo se empeña en no ser así desde el principio de los tiempos, convirtiendo la fraternidad en un desiderátum, que tampoco está mal, pero no es lo mismo. En realidad los valores pueden ser eso, deseos no cumplidos, aspiraciones que marcan una dirección a la hora de conducirnos por la vida.

A diferencia de la fraternidad, no es tan sencillo defender a toda costa la libertad individual, un valor tradicional de la derecha. Desde el Código de Hammurabi en el año 1700 A.C., la humanidad vienen escribiendo para ordenar el libre albedrío, de tal manera que sea posible la convivencia entre personas que son y piensan distinto. Vemos cómo la libertad, a diferencia de la fraternidad, no puede concebirse como un valor absoluto. Las personas libres pueden hacer el bien, y también cometer atrocidades que se podrían evitar si estuvieran encerradas con carácter preventivo. Esta sería otra barbaridad, pero asumimos que la libertad debe conllevar unos límites, y eso ya suena peor, o más complejo, que la fraternidad universal.

Pero si hay un valor que define a la izquierda es el de la igualdad social. Desde el punto de vista teórico también es irreprochable, pero en la práctica genera problemas porque choca contra la naturaleza individual de las personas, que no son iguales. Por ejemplo, hay personas cuyo sistema de valores les anima a trabajar más, frente a otras que discrepan sobre las bondades del esfuerzo. Este es uno de los motivos del fracaso absoluto del comunismo, una ideología capaz como ninguna de describir el paraíso en la Tierra, y que llevada a la praxis se traduce en tiranía y miseria.

Ya digo que al comunismo debemos agradecerle que demuestre con hechos la falacia de la igualdad absoluta. De su naufragio surge la socialdemocracia, que matiza el asunto proponiendo la igualdad social y de oportunidades a través de una solidaridad que garantice unos servicios públicos de calidad para todos. De nuevo nos encontramos ante un planteamiento impecable que mantiene intacto el ADN fundacional de la izquierda, tan perfecto que ha sido asumido sin reservas por gran parte del liberalismo europeo.

Este esquema salta por los aires, como tantas otras cosas, por la decisión de un político de mantenerse en el poder a costa de lo que sea. Se ha escrito ya que los materiales con los que se construyó nuestra democracia tras la muerte de Franco no estaban previstos para resistir las decisiones de un gobernante como Pedro Sánchez. Su desfachatez para saltarse toda clase de reglas no escritas, y algunas escritas, está reinventando el juego de la política de tal forma que sólo pueda ganar él.

El acuerdo con ERC para ceder la recaudación de todos los tributos a Cataluña supone una mutación constitucional en toda regla, hecha por debajo de la mesa, poniendo en juego lo que no es suyo sino de todos los españoles. Pero esto no es lo peor. Sánchez pretende resistir en La Moncloa empleando la estrategia que mejor domina, la de atizar los instintos más bajos que muchas personas, de izquierdas y de derechas, albergan en su interior. Primero fue el miedo -el fascismo, y tal y tal- y ahora la codicia.

Intentar que cale entre los ciudadanos la idea de que es mejor agarrar lo que se pueda para tu comunidad, antes que proponer un modelo de financiación que garantice unos servicios públicos mínimamente homogéneos en todo el país, es una perversión sólo al alcance de un autócrata dispuesto a todo para seguir en el cargo. Esa táctica puede triunfar cuando no se atisba un proyecto coherente de país a largo plazo, sino la huida hacia adelante de un irresponsable.

Ya que empezamos la columna con un refrán, ¿existe algo menos compatible con los valores de la izquierda que esa idea del “ande yo caliente…”? Sabemos que la palabra de Sánchez no tiene ningún valor, pero su ambición sin límites está malversando el patrimonio más valioso que reclama para sí la izquierda, el de la superioridad moral.

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