La semana que viene se cumplirán cinco años de uno de los días más intensos de mi vida en la montaña. La travesía de los Lyskamm consiste en recorrer algo más de cinco kilómetros sobre el filo de una arista de hielo y nieve dura, orientada sobre la cara norte suiza, desde el collado de Lisjoch hasta el de Felikjoch. Caminar a esa altura ofrece un espectáculo grandioso, como si Dios hubiese colocado a 4500 metros un cable que uniera el macizo del Monte Rosa con el Cervino, convirtiendo así al montañero en un funambulista de los cielos. Es un largo baile sobre cornisas flotantes creadas por dos vientos, el del norte que barre los cristales de nieve puliendo la cresta, y el del sur que ahueca la masa colgante por abajo. Por la ladera italiana han desaparecido cordadas enteras de alpinistas expertos, por no calibrar bien la solidez de esos balcones o por el simple error de uno de ellos.
Gracias al gran Ibón, mi guía y compañero, en un día soleado y sin viento nos pudimos mover bastante rápido. Completamos la distancia entre los collados en poco menos de cinco horas, a algo más de un kilómetro por hora. Era nuestra previsión más optimista, y una velocidad más que respetable para un terreno tan expuesto. El total de la jornada, desde el refugio Quintino Sella hasta el Mantova, nos llevó unas diez horas. Acabé físicamente bien la actividad, pero agotado mentalmente por la concentración durante tantas horas en cada paso comprometido.
Les cuento todo este rollo para que se hagan una idea de lo que supone recorrer por esos mismos parajes alpinos 46 kilómetros en poco más de 17 horas, hollando dieciocho cimas de más de cuatro mil metros, incluidas las dos que yo hice ese día. Es sólo una pequeña parte de la proeza que acaba de realizar Kilian Jornet, completando los 82 cuatromiles de los Alpes en 16 etapas durante 19 días, durmiendo una media de cinco horas, sin emplear medios mecánicos, uniendo las macizos en bici y conectando las cimas “por la línea más lógica”. La línea más lógica para él, se entiende.
He seguido el desafío de Jornet con asombro, claro, pero también con cierta pena. Considero difícil, por no decir imposible, que la mayoría de personas que no practican actividades de alta montaña pueda llegar a entender la magnitud de su reto. Supongo que se hacen una idea de la extraordinaria capacidad física de un atleta único en su especialidad, las carreras de montaña. Pero su proyecto Alpine Connections ha supuesto algo que va mucho más allá de piernas y pulmones.
Cuando corro un maratón mi madre siempre me dice lo mismo el día antes de la prueba: si te cansas, para. Es una decisión que puedes tomar en la mayoría de deportes. Pedir el cambio, retirarte, llamar al fisio… En un buen número de los 1200 kilómetros recorridos por Jornet no era posible retirarse, ni pedir el cambio, ni siquiera en algunos llamar a un helicóptero. Tienes que que salir de ahí como sea. Y luego está el fallo, que en su caso no es echar la pelota fuera, o pisar una línea, o equivocarte de ritmo… En aquellos paredones un error supone precipitarte en el vacío.
La verticalidad de las cinco puntas de las Grandes Jorasses requiere un nivel técnico al alcance de pocos. Jornet las enlazó cuando ya llevaba recorridos 825 kms, y 52 cimas en sólo once días, lo que añade a esa etapa una dificultad extrema desde el punto de vista psicológico. Es ese punto de exploración de los límites de la mente humana, la capacidad para mantener la concentración, para esquivar las distracciones y los pensamientos negativos, la que eleva la gesta de Jornet a la categoría de epopeya contemporánea.
Y queda una última cuestión, no menor, que permite a este hombre afrontar una empresa de estas características: su capacidad de planificación y de adaptación a las circunstancias cambiantes. A diferencia de correr una distancia determinada en una pista de atletismo, jamás se sube dos veces la misma montaña. Las condiciones meteorológicas pueden convertir el promontorio más plácido en un auténtico infierno. Lo sabe cualquiera que haya padecido una tormenta en altura.
La prudencia no elimina por completo el riesgo, pero en la mayoría de ocasiones lo convierte en manejable. Mi experiencia en la montaña me permite admirar en toda su extensión la última aventura de Kilian Jornet, pero al mismo tiempo me incapacita para comprender cómo alguien se puede adentrar en un torrente con todas las alertas activadas por fuertes lluvias. El accidente es una posibilidad. Lo que no es razonable es comprar todos los boletos para que ocurra una desgracia como la sucedida esta semana en el Torrent de Pareis. Descansen en paz.