Hasta ahora, yo creía, en mi ingenuidad, que los seres humanos engordábamos básicamente por un consumo excesivo de azúcares y de hidratos de carbono. Pero no. O al menos no del todo, pues esta semana he descubierto que también nos engorda consumir noticias negativas.
Sí, sí, así como lo leen, aunque espero que la mala noticia que les acabo de dar ahora mismo no les haga engordar ni un solo gramo, o a lo sumo sólo uno o dos milígramos.
Ese singular hallazgo lo he hecho al leer en Telva un excelente reportaje de María Fernández de Córdova, quien reproduce en su revista fragmentos de una entrevista con la doctora Lisa Feldman Barret, profesora en Harvard y una de las mayores especialistas mundiales en neurociencia.
Según esta experta, el clima de sobreinformación negativa que hay hoy en los medios puede llegar a dejarnos exhaustos y con una creciente sensación de catástrofe inminente. Y si a ello le añadimos el tono apocalíptico de la mayoría de tertulias y de columnas de opinión, lo raro es que aún podamos levantarnos cada día de la cama para ir a trabajar.
Feldman Barret ha podido confirmar también con sus investigaciones que las noticias negativas cambian nuestra percepción de la realidad y nos hacen vivir en una alerta constante. "El solo hecho de imaginar un evento desagradable puede provocar —en nuestro interior— una tormenta electroquímica", advierte.
Así que si algún día se notan algo más nerviosos o estresados de lo habitual, ya saben que seguramente será por culpa de esa tormenta electroquímica. Cuando eso suceda, tal vez lo más importante sea tener confianza en que esa intensa borrasca pasará, pues ya saben ustedes que después de la tormenta viene siempre la calma.
Esta eminente doctora ha estudiado, asimismo, cómo afecta a nuestro cerebro y a nuestro cuerpo la incertidumbre que percibimos a nuestro alrededor o en nuestro día a día. "La incertidumbre da lugar a un estado de excitación fisiológica desagradable, lo que la mayoría de las personas, particularmente en culturas occidentales, etiquetan como ansiedad", recalca.
Si pese a todo lo dicho hasta ahora, alguno de ustedes quiere seguir viendo y sufriendo diariamente las noticias, es mejor que no sea mientras come o bebe, pues "sufrir estrés en las dos horas posteriores a una comida hace que el cerebro y el cuerpo metabolicen lo que se come de una manera que suma el equivalente a 104 calorías a la comida".
Ello significa que podemos acabar engordando medio kilo extra cada mes. O incluso algo más si esas comidas las celebramos con familiares o con amigos que tengan la irrefrenable tendencia de convertir esos almuerzos o esas cenas en una enumeración de todas las supuestas calamidades gubernamentales o en una agotadora tertulia política más.
Gracias a la doctora Feldman Barret, ahora ya sé que si últimamente he ganado unos cuantos kilillos en la zona abdominal, no ha sido por haberme excedido quizás un poco con los crespells o los robiols, sino por culpa de oír hablar diariamente y sin descanso del novio de Isabel Díaz Ayuso o de la mujer de Pedro Sánchez.