Acaba agosto y acaba el verano. No el verano meteorológico, ni tampoco el calor, pero sí el verano sociológico, aunque ahora las cosas no están tan nítidamente definidas como hace unas décadas.
Había dos acontecimientos que marcaban el fin de la holganza veraniega: el inicio de la liga de fútbol y el retorno de los estudiantes a las clases para empezar el nuevo curso escolar. Lo del fútbol ya no tiene vigencia, la competición se puso en marcha la semana pasada, a mediados de agosto, fruto de los disparatados calendarios impuestos por la FIFA, la UEFA, las ligas profesionales y los propios intereses de los clubes, que buscando exprimir al máximo los beneficios están acabando con la resistencia física de los jugadores, que a su vez también buscan sacar la máxima rentabilidad de su actividad, así como entre todos están consiguiendo aburrir y desencantar a muchos aficionados.
La vuelta al “cole” sí que sigue más o menos igual. El retorno al domicilio habitual desde la casa de veraneo; la compra de los libros del nuevo curso, aunque en mi época solo los mayores estrenábamos libros, el plan de estudios era mucho más estable que ahora y en la mayoría de casos los hermanos que venían detrás heredaban los del mayor, salvo que estuvieran muy estropeados o hubiera una sustancial diferencia de edad; el reencuentro con los colegas que no habías visto en todas las vacaciones; la excitación por la incerteza de conocer nuevos profesores y la nostalgia por las diez semanas de despreocupación y ocio ya esfumadas, excepto si tenías que recuperar alguna asignatura en septiembre, porque, en ese caso, la angustia por los exámenes inminentes y el remordimiento de saber que no habías estudiado todo lo que hubieras debido te provocaban un estado de desasosiego e inquietud que repercutía en la salud de tus tripas.
Cuando llegan estas fechas siempre he sentido cierta añoranza de esa época escolar en la que nuestras preocupaciones no eran más que las pequeñas tragedias momentáneas que tanto nos afectaban y que tan rápido olvidábamos. Este año, en octubre, mi promoción celebrará el cincuenta aniversario de nuestra graduación, las bodas de oro y ahora que ya estoy jubilado, ha decidido volver a sentir la excitación de un inicio de curso, de un comienzo de proyecto académico y me he matriculado en el grado de Historia de la UIB.
Reconozco que me ilusiona el reto intelectual de volver a la universidad, de realizar, si tengo salud, un ciclo completo de graduación y de hacerlo en un campo de conocimiento que siempre me ha apasionado, pero que está muy alejado de la profesión a la que he dedicado toda mi vida adulta.
En un momento como el actual, en el que el planeta parece tambalearse a nuestro alrededor, resulta estimulante refugiarse en el mundo académico y en la búsqueda del conocimiento, en especial de la historia, que con toda seguridad nos proporciona claves para entender el presente confuso y caótico.
En este tiempo convulso de desastres naturales provocados por el cambio climático, que no ha hecho más que empezar; con especies extinguiéndose delante de nuestras narices; con países despareciendo, literalmente, bajo el mar; con millones de migrantes huyendo del hambre, la sequía, las guerras, las persecuciones y los genocidios; con la extrema derecha rampando sin freno en los países democráticos; con colectivos negacionistas, antivacunas, conspiranoicos y ultrarreligiosos surgiendo como setas; con los países del sur global alineándose con las potencias autoritarias como China y Rusia con un sentimiento generalizado de resabio anticolonial, del que somos en gran parte culpables, puesto que no hemos sabido redirigir nuestras relaciones con ellos y hemos pretendido mantener una especie de estatus postcolonial paternalista, interesado y ventajista; con el avance imparable de la mentira, la falsificación de noticias, los montajes inicuos y la colaboración de estamentos judiciales en rebelión contra sus propios parlamentos democráticos; resulta reconfortante poder aislarse durante unas horas en el estudio académico y la actividad intelectual honesta, incluyendo el debate y el contraste de pareceres que no sea un permanente puñetazo “ad hominem”, una descalificación continua del que piensa diferente, que es con lo que nos están machacando los políticos actuales, en especial, todo hay que decirlo, los de derecha y extrema derecha.