Ayer lunes empezó en Chicago la convención del partido Demócrata de Estados Unidos, que ha de nombrar a Kámala Harris candidata del partido a las elecciones presidenciales del próximo noviembre, después de la renuncia de Joe Biden hace unas semanas.
El acontecimiento es de una enorme relevancia, dado que las políticas que implante el presidente del país más poderoso e influyente del mundo tienen una repercusión innegable sobre todo el orden mundial y su impacto es especialmente significativo en el ámbito europeo, ya que la inmensa mayoría de países de Europa somos sus aliados militares en la OTAN y socios comerciales preferentes.
A nadie se le escapa que la actitud de EE.UU. respecto de temas tan trascendentes para nosotros como el conflicto palestino-israelí o la invasión rusa de Ucrania será muy diferente si es Trump el presidente, o si lo es Harris. También la propia posición americana en el contexto de la OTAN y su implicación en la defensa común frente a la amenaza que supone la política agresiva de Putin y su creciente animosidad contra Europa.
Pero más allá de la geopolítica global, la dicotomía Trump – Harris tiene una dimensión sociopolítica humanista decisiva. Donald Trump es el principal representante de la tendencia regresiva de la política, basada en el populismo ramplón, la mentira, la xenofobia, el racismo, la agresividad contra el diferente, la falta de respeto hacia quien no piensa igual, el neoliberalismo furibundo en lo económico y el ultraconservadurismo en lo social. En una época en la que padecemos la desgracia del aumento sostenido de la extrema derecha en Europa, la consolidación de las jefaturas autoritarias en Rusia y China y el afianzamiento de liderazgos de carácter dictatorial en potencias emergentes con constituciones aparentemente democráticas, como India y Turquía, la victoria de Kámala Harris supondría un alivio para el asedio al que están (estamos) sometidas las democracias parlamentarias occidentales.
La campaña presidencial discurrirá a cara de perro, ya que el talante zafio, grosero, maleducado y despectivo de Trump no permitirá otra cosa. De hecho el insulto, el desprecio, el menosprecio, la desconsideración y el ninguneo hacia el rival, incluyendo la mentira y la calumnia si procede, es la actitud habitual del expresidente hacia los contrarios. Hace unas semanas utilizaba el origen multiétnico de Harris para sembrar la duda entre los votantes afromericanos, para rematar diciendo que es el candidato favorito de este grupo, lo que resulta casi jocoso. Más risible aun es su última salida de pata de banco, de estos días, en que manifestaba “ser más guapo que Kámala Harris” (sic). Ya que ahora no puede utilizar el argumento de la edad, que era su favorito para desacreditar a Joe Biden, ahora el viejo es él (78 años), parece que no se le ocurre nada mejor que recurrir al argumento de la belleza física, en la que, por cierto, tampoco puede competir con la actual vicepresidenta, aunque el parece creérselo.
De momento Kámala Harris ha igualado a Trump en las encuestas, especialmente en los estados “swining”, los que fluctúan entre votar a los demócratas o a los republicanos, que son en definitiva los que deciden la elección. En esos estados las diferencias entre ambos candidatos son mínimas, sea a favor de uno u otra, lo que supondría una jornada electoral apasionante.
La victoria de Trump sería una muy mala noticia, al menos para los que creemos en el respeto, la democracia no falseada, la solidaridad, los derechos humanos, incluyendo el de asilo, la libertad de religión (y de no tenerla) y el estado de bienestar redistributivo. Ahora bien, si gana las elecciones habrá que aceptarlo porque será un presidente legítimo y prepararnos para unos años de resistencia ante los embates de la extrema derecha.
La pregunta, en todo caso, es: ¿respetarán Trump y los suyos el resultado si gana Harris?. El antecedente de hace cuatro años es muy preocupante.