Somos lo que se nos incentiva a ser. Buscamos, como señalaron los utilitaristas, aquello que nos satisface descontando lo que nos cuesta. Permanentemente realizamos un pequeño cálculo coste-beneficio sobre cada una de nuestras acciones. El contenedor de basura que antes se llena es el que tiene la tapa abierta; los animales que están en peligro de extinción son mayoritariamente los no-domésticos, precisamente por falta de incentivos para su conservación; el pescado fresco se subasta a la baja en las lonjas, mientras que con las obras de arte eternas ocurre a la inversa; las familias consumen más agua cuando el contador es colectivo que cuando es individual, etc.
Pasa algo parecido con las instituciones gubernativas, regionales, nacionales o internacionales que en cada legislatura se van creando. Una vez constituidas para un determinado fin, tienen un poderoso incentivo a la autojustificación para su existencia duradera. Así, si se crean organismos para evitar la pérdida de peso del catalán, éstos nunca jamás considerarán que esa bella lengua pueda gozar de buena salud. Pues si lo hicieran perderán su razón de ser.
Si lo que se crea es un organismo internacional para la guerra defensiva, no podemos esperar del mismo otra cosa que el señalamiento de enemigos lo suficientemente malvados y relevantes como para combatirlos por las armas. Si lo que se instaura es un ministerio de igualdad, ésta no se alcanzará bajo ninguna premisa. Su misión es desenmascarar agravios, así que siempre habrá alguno que denunciar. Si además, aceptamos, y bendecimos, que se promulguen leyes claramente inconstitucionales, la carta magna deja de ser un elemento moderador.
Si se crea un organismo internacional para detectar brotes de potenciales epidemias, a fin de actuar preventivamente, lo lógico es esperar que tenga una tendencia a sobreestimar las probabilidades de que ocurran; y a recomendar actuaciones que tenderán a ser excesivas. Si se decide conformar entes para vigilar los peligros climáticos, el tiempo nunca se podrá considerar benigno. Si descargamos la responsabilidad de los accidentes de tráfico en la DGT, es normal que ésta tienda a establecer reglamentos y prohibiciones que dificulten el acceso al carnet de conducir. Lo mismo ocurre con las normas europeas sobre los elementos de seguridad obligatorios en los nuevos automóviles.
Si los ministros más populares son los que más aparecen en los telediarios, no cabe duda, que harán todo lo posible para protagonizar alguna noticia, aunque sea a costa de propuestas pueriles absurdamente intervencionistas. Sobre todo, cuando las competencias ministeriales son escasas por estar transferidas. Por supuesto, también tienen un poderoso incentivo para engordar -aún más- a las ruinosas televisiones públicas e intentar controlar a las privadas.
Todos estos organismos, como el propio Estado, tienen una proclividad inicial a ir, poco a poco, ganando terreno a la esfera de lo individual o familiar, para después desafiar a otros organismos que les disputen su campo. Así, los gobiernos autonómicos actúan para arrebatarle poder al central. La naturaleza centrífuga de sus incentivos constitutivos no cesa con una competencia más. De igual manera los entes internacionales harán lo propio con las jurisdicciones nacionales. También existen disputas horizontales.
Por supuesto, esta realidad es consustancial con la lucha por el poder. Sin embargo, la proliferación de todo tipo de organismos e instituciones, en mi opinión, está generando una auténtica crisis de las democracias, La batalla política deja de ser la configuración de la representación de las preferencias de las mayorías, para convertirse en una lucha descarnada por la ampliación de los poderes de esos nuevos seres con vida e intereses propios. Es una lucha en la que gana el más fuerte. Los “expertos” se convierten en la nueva fuente de legitimidad. El discrepante deja de ser alternativa para convertirse en “negacionista”.
Sin duda, el anuncio realizado por el Govern de Prohens de cerrar la inútil y sectaria Oficina Anticorrupción es una magnífica noticia. Pero la dificultad para ejecutar dicho cierre nos da una idea de la magnitud del problema. ¡Cuántos otros organismos deberían correr ese mismo camino!