Ha empezado. Con julio se da el pistoletazo de salida a una época en la que las páginas de los periódicos se copan de noticias sobre sucesos: balconing, accidentes, robos y fiestas ilegales. Esta es la tónica general de unas islas saturadas, cuyo sector hotelero empieza a entender que la masificación es un peligro para el turismo de calidad.
Este periodo representa un respiro de horas felices para los políticos que tienen la tarea de gobernar y un hastío para los que están en la oposición. Con el periodo de sesiones parlamentarias en stand by, el Govern no se enfrenta al control de su actividad y las soflamas de la oposición se pierden en notas de prensa que no trascienden.
A Prohens le sale bien incluso sin quererlo. La polémica emergida por la sobreactuación de la izquierda y el show con el que han acusado nada menos que de “fascista” al presidente del Parlament ha durado incluso menos que la carrera política de Màxim Huerta. El error de Le Senne no ha tenido consecuencia alguna dada la fugacidad de las cosas en estos tiempos de clickbait. Al ser una polémica sobre la bocina, no ha entrado en el marcador y al PP le ha bastado con pasar desapercibido para no quemarse en el fuego cruzado.
Costa y Garrido son dos gatos viejos de la política que ganaron el pulso mediático con su fingido teatro y consiguieron despertar a una parte de la izquierda aletargada que desconfía de sus dirigentes en Baleares (a las elecciones me remito). Lamentablemente para ellas, estamos muy lejos de una convocatoria electoral y en verano. Para tener opciones de tumbar a Prohens necesitan jubilar a todas esas paparras que succionan el dinero público desde hace lustros y ofrecer un nuevo plantel moderado y creíble que se aleje de los mantras de siempre y ofrezca un proyecto político que se base en algo más que el victimismo.