Era cuestión de tiempo que el Grupo Parlamentario Socialista en el Parlament imputara al Partido Popular la responsabilidad por los actos protagonizados por el presidente de la Cámara autonómica, Gabriel Le Senne (Vox), durante el pleno del día 18 de junio, en el debate de toma en consideración de la derogación de la Ley de Memoria Democrática.
Sin embargo, el portavoz de los socialistas, Iago Negueruela, ha ido un paso más allá. Si durante los días posteriores se acusó a Le Senne de mantener una actitud violenta al romper una fotografía de ‘Las Rojas del Molinar’ y Aurora Picornell, incluso señalando la presunta comisión de un delito de odio, para lo cual incluso el Gobierno de España anunció la presentación de una denuncia en la Fiscalía General del Estado, ahora se llega al punto de afirmar, en rueda de prensa, que Le Senne agredió verbal y físicamente a las diputadas socialistas Mercedes Garrido y Pilar Costa.
Afirmar que Le Senne agredió verbal y físicamente a las diputadas Mercedes Garrido y Pilar Costa es sencillamente falso
Afirmar tal cosa es sencillamente falso. Todo el mundo ha podido ver lo que sucedió realmente y por más que se quiera exagerar, nadie puede afirmar que las dos integrantes de la Mesa fueron agredidas física y verbalmente. Si ahora se escala en la gravedad de lo sucedió es con la clara intención de mantener viva la polémica y la tensión que aquel desgraciado episodio han generado.
Pero cabe preguntarse dónde está la denuncia de las supuestas víctimas de tal agresión verbal y física, que ahora se imputa al presidente de la Cámara. Es de imaginar que habrán ido a la comisaría o al juzgado a denunciar la agresión sufrida; algo que, hasta el momento, no consta que hayan hecho.
Lo sucedido en el Parlament goza de la suficiente entidad como para que ahora, por parte del Grupo Socialista, se pretenda agravarlo con un enfoque desequilibrado y deshonesto, distorsionando los hechos. No es preciso embarcarse en un burdo bulo de una inexistente agresión física y verbal.
La disparidad entre la acusación que ahora vierte Negueruela y las crónicas e imágenes de los hechos acontecidos en el pleno, refleja una voluntad de no pasar página y de intentar mantener vivo el asunto. Pero ese objetivo, políticamente comprensible, no puede hacerse a costa de la verdad.
Retorcer la realidad para ajustar los hechos a una narrativa específica retrata a quien intenta hacerlo. Y lo peor es que no lleva a ningún lado.