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La tele te enseña a expoliar

viernes 21 de junio de 2024, 05:00h

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Yo solía hacer la siesta arrullado por la voz de Juan Ignacio Ocaña. Su tono grave, sus medidas pausas, su rigor a la hora de relatar en los documentales de La 2, han sido fundamentales en la preservación de costumbres tan nuestras como la sagrada siesta.

Apreciar el suricato de la sabana observar el cielo esperando que la malvada águila volatinera en Sudáfrica capture a la cría de la vecina, las habilidades del chimpancé hurgando con un palito en termiteros para asegurarse una tapa de hormigas, la apasionante vida sexual de las anémonas del Gran Arrecife, comprender la soledad del pingüino emperador en su papel de Rodríguez cuidando al polluelo mientras la hembra va a pescar (o vaya usted a saber) o que la liebre del ártico es fugaz en sus coitos como los humanos, me han convertido en un amante de la naturaleza catódica y poder conocer sus maravillas desde la cama y no sudando y comido por los mosquitos.

Después de años de lo mismo y sabiéndome más conocedor de la fauna africana que el profesor Livingston, he podido acceder a otros documentales que se ofrecen en nuestra rica oferta televisiva en “abierto”, con la misma intención somnífera pero mira por donde, no lo logró.

Destaca una serie que se titula EXPEDICIÓN A LO DESCONOCIDO, las aventuras de Josh Gates’, un hijoputa que va de arqueólogo. Digo hijoputa porque el tipo hace todo lo que no debería hacer un arqueólogo: expolia el fondo submarino, anima al uso de los detectores de metales, descontextualiza los hechos de la historia, cuenta su versión de los hechos… En fin, todo aquello por lo que imagino le echaron de la universidad.

Obviamente los documentales son de una belleza y calidad excepcional, sobre todo los dedicados a las expediciones en el mundo submarino donde gracias a los medios técnicos de los cazatesoros americanos se aprecia lo fácil que es expoliar el fondo subacuático.

Como siempre estas expediciones tienen un relato. Normalmente las expediciones se centran en un 90% en hundimientos de buques españoles de los siglos XVII al XVIII, que prácticamente era lo que navegaba por el Caribe. Pero claro, el relato nos dice que el oro y la plata de los españoles procedía de la ESCLAVITUD y EXPLOTACIÓN INDÍGENA, por tanto, hoy es casi obligado Recuperarlo (eufemismo de Expoliar) para beneficio propio.

Así, según Josh Gates, el que bucea y no expolia es poco menos que un gilipollas con bombonas en la espalda.

Según Josh Gates meterse en un yacimiento arqueológico de la II Guerra Mundial (como aquí son las trincheras de la Guerra Civil) con un detector de metales intentado encontrar el tren con el oro del banco de Budapest o la Cruz de Hierro con hojas de roble, espadas y diamantes de Rommel, es un entretenimiento obviamente más interesante y lucrativo que buscar rovellones.

Josh, hijoputa de marca mayor, no explica que meterse en trincheras y bosques tiene sus riesgos: Primero porque está prohibido y segundo porque están infestados de minas (probablemente activas) y con un detector de metales puedes saltar por los aires.

Luego están sus peripecias espeleológicas. Es decir, meterse en cuevas para encontrar los calzoncillos de cota de mallas del rey Arturo. A veces el tipo se mete por donde no cabe ni un Mena marroquí. Por experiencia les diré que es muy fácil entrar, pero salir es otra cosa. Si es en Europa, con suerte en vez de madrigueras de osos, te puedes meter en la de una comadreja que igualmente es jodida en las distancias cortas o llevarte todas las cacas del mundo mientras te arrastras por el suelo.

Algunos episodio son interesantes por su innegable trascendencia en la investigación histórica, como en los que se monta una expedición en busca el costurero de la Virgen María, el cortauñas de Gengis Khan o el bonobús de Gadafi, fomentando el turismo en países en los que las únicas garantías constitucionales las tiene el hijo del dictador de turno, la vida del turista vale menos que la caca de un camello, el viaje te cuesta una fortuna en sobornos a policías y beber un vaso de agua es una garantía para pasar por el Instituto Pasteur cuando regreses a casa.

Y no puedo dormir la siesta. En vez de dejarme llevar por la melodiosa y repetitiva voz del locutor, se despierta en mí un malsano sentimiento de solidaridad. Pienso en la cantidad de memo inconsciente y descerebrado que hay viendo el documental como yo y que se animará a emular las peripecias del hijoputa de Gates o piensa como subirlo a Tik Tok, antes de saltar por los aires metiéndose en una trinchera de Fayón (frente del Ebro) , caerse por un precipicio por Montserrat buscando el Santo Grial como Himler, ahogarse en la Manga buscando el reloj de oro del Capitán Garfio o enfrentarse a un mapache rabioso por meterse en cualquier cueva de Guadarrama intentando encontrar las ligas de Doña Jimena.

No se rían ¿Saben cuantos idiotas se tiraron por la ventana después de ver Superman?

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