La reciente declaración de insolvencia del turoperador alemán FTI Touristik GmbH, el tercer operador más grande de Europa, ha sacudido nuevamente a las industrias turísticas en Baleares y Canarias, recordando el impacto devastador que tuvo la quiebra de Thomas Cook hace cinco años. Aunque las circunstancias y la magnitud de la crisis son muy diferentes, la crisis que ahora se abre marca un punto crítico para el sector, que aún se recupera de las turbulencias causadas por la pandemia de COVID-19 y de otras dificultades económicas recientes.
FTI, un gigante en el mercado turístico, ha sido un operador relevante para agencias de viajes, aerolíneas y destinos turísticos, especialmente en Canarias y Baleares, donde su presencia ha sido particularmente fuerte. Su desaparición no solo afecta a miles de turistas que habían reservado sus vacaciones con este turoperador, sino que también puede generar un efecto dominó, por más que contenido, en la economía local. Son muchas las empresas que pueden verse afectadas negativamente y que esperan que otros operadores cubran el hueco que deja FTI.
A diferencia del caso de Thomas Cook, donde el impacto fue global y devastador, la quiebra de FTI parece tener un alcance más contenido. Esto se debe en parte a la rápida reacción del mercado y a la capacidad de otros operadores para absorber parte de la demanda.
Esta vicisitud que pocos preveían pone sobre la mesa la vulnerabilidad persistente de la industria turística a las fluctuaciones económicas y la importancia de una gestión financiera prudente y estrategias de contención de riesgos. Para los actores de la industria, es crucial aprender de estas crisis, diversificar su clientela y sus fuentes de ingresos y fortalecer sus modelos de negocio para asegurar su sostenibilidad a largo plazo. Aunque el golpe es significativo, la industria turística ha demostrado su capacidad de adaptación y resiliencia, y seguramente encontrará formas de sobreponerse a esta nueva adversidad.