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La saga de los Salas

Por José A. García Bustos
sábado 25 de mayo de 2024, 11:37h

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Asistiendo al estreno del documental sobre el origen de la familia Salas dirigido por mi buen amigo Toni Capellá de Capellafilms, me vinieron unas interesantes reflexiones que les quiero compartir.

Es un documental nostálgico que evoca con toques poéticos una época de esplendor para Mallorca impulsada por el comercio marítimo, antes de la aparición del monocultivo turístico.

Debe ser por mi deformación profesional, pero vi en la historia de los Salas una importante lección de macroeconomía y emprendeduría.

En la primera mitad del siglo XIX se estaban poniendo en España los cimientos para que surgiera una clase media comerciante. El motivo era que la clase alta temía que se radicalizara la clase baja y se repitieran los episodios de las revoluciones francesas o americana.

La desamortización de Mendizábal en 1836, que no fue la primera, pero sí la más importante, dio gasolina al cambio. Fue un proceso en el que se liberó de bienes propiedad de “manos muertas”, básicamente de la Iglesia, para pasarlos a manos privadas y activar la economía. Los terrenos baldíos se tenían que vender a quienes los hicieran producir y crear riqueza. Había que reactivar la economía del país y dársela a los nuevos gestores: la burguesía.

Era un momento para emprendedores valientes, aunque una cosa sin la otra no tenga sentido.

Y ahí es donde entra el ejemplo que magníficamente nos recuerda Toni Capellá: el de Manuel Salas Palmer, nacido en 1834. Manuel cumplía con lo que todo emprendedor debe tener.

Había mamado desde pequeño en su entorno familiar los valores del esfuerzo y la frugalidad como herramientas para ahorrar y progresar. Su familia se dedicaba al oficio del trabajo del metal.

Manuel demostró ser un gran un visionario cuando intuyó que el reciente descubrimiento de pozos de petróleo en Pensilvania podría dar lugar a una industria floreciente aunque aún no sabía cuál. Era un hecho disruptivo y su olfato le dijo que podía ser un buen negocio.

Si bien, de primeras, no vio su potencial más allá del uso del keroseno para lámparas luminarias, su voz interior le decía que tenía que subirse a la ola del cambio. La grasa de ballena no daba tan buen rendimiento en las luces domésticas y el emprendedor vio en el keroseno una oportunidad de mejora en las lámparas que iluminaban la oscura noche de hogares y ciudades.

Pero, como buen empresario, asumió riesgo. No se limitó a abrir una tienda de barrio para vender lámparas de keroseno como hubieran hecho los emprendedores más conservadores. Él dio un paso más.

Vio el negocio en la importación y el procesado del petróleo. Manuel se fue al origen y se hizo con varios barcos para importar el petróleo y refinarlo aquí.

Como buen emprendedor había que reducir el periodo de recuperación de la inversión (pay back) y optimizaba costes e incrementaba ingresos, aprovechando los viajes de ida a Estados Unidos para exportar productos mallorquines como aceite, calzado o textiles. De vuelta, además de petróleo traía café y azúcar.

Como buen emprendedor diversificó el riesgo y abrió dos refinerías de petróleo: una en Palma y otra en Camas (Sevilla). Además, diversificó en otros negocios comprando, por ejemplo, salineras en desuso y comerciando con un elemento preciado como era la sal.

Como buen emprendedor también visitaba frecuentemente sus plantas de refinado, interactuando con los trabajadores.

La aparición del motor de explosión de una floreciente industria automovilística, basada en derivados del petróleo, impulsó el negocio de los Salas al infinito.

Según un libro escrito por la bisnieta de Manuel, la familia Salas fue la única que hizo sombra a la familia March. Narra que hubo un solo encuentro entre Manuel Salas hijo y el multimillonario Juan March y acabaron a gritos. Juan March quiso comprarle con dinero y aquél no lo consintió.

El documental de Capellafilms es otra prueba de que el capitalismo, con sus defectos, nos ha hecho mejores como sociedad. Gracias a él y a los valores implícitos que conlleva, como el respeto a la empresa y la propiedad privada o la recompensa al esfuerzo y al riesgo, las sociedades que han abrazado el capitalismo han progresado más que las que no lo han hecho.

Me atrevería a decir que, con la excepción hecha del acceso a la vivienda, un mileurista vive hoy mejor que un millonario de hace cien años.

Hoy llegamos a casa y vencemos a la oscuridad dando a un interruptor, disponemos de alimento al alcance de la mano en refrigeradores y los cocinamos o calentamos la comida en minutos. Nos duchamos con agua caliente durante todo el año. Tenemos acceso a la información o nos comunicamos con otros en un dispositivo táctil. Y todo sin esfuerzo y apenas sin coste.

Por no hablar de la desaparición de enfermedades que, traídas de otros continentes hace cien años con el tráfico marítimo, arrasaban con parte de la población y que hoy en día están erradicadas.

Debemos dar gracias a los avances tecnológicos y a la existencia de un marco jurídico y un sistema de mercado que permita el desarrollo económico y el espíritu emprendedor. No olvidemos que en algunos lugares del mundo, aun en la actualidad, ni siquiera eso es posible. El comunismo no lo permite y sus gentes viven en la más absoluta pobreza.

Gracias Toni Capellá por traernos figuras que han aportado tanto al avance como sociedad y que sirven de inspiración a ese emprendedor que llevamos dentro.

Porque, si bien fue el avance disruptivo de los derivados del petróleo hace cien años, delante de nosotros están ocurriendo continuamente cambios que, si emulamos a Manuel Salas, podremos aprovecharlos en nuestro favor.

Estoy esperando la emisión de la segunda parte el próximo lunes.

Como dice con su acento gallego el liberal y preciado Miguel Anxo Bastos, no hay otra receta para el progreso de una sociedad que: Capitalismo, ahorro y trabajo “duru”.

Yo añadiría algo más: Formación continuada porque los cambios disruptivos provienen del conocimiento más que del encuentro fortuito de materias primas.

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