La historia siempre ha enseñado que una convivencia agitada y convulsa de cualquier pueblo nunca tiene un final feliz. Los españoles, con la complicidad de muchos, nos vimos envueltos, en el siglo pasado, en un sangriento enfrentamiento, la guerra civil, seguida de los muy duros y largos años de la dictadura franquista. Tan oscuro y prolongado periodo sólo se superó una vez muerto el dictador. La transición, merced al empeño en positivo de todas las fuerzas políticas, logró el milagro de la reconciliación nacional. Experimentamos el tiempo más largo de prosperidad en todos los ámbitos y nos dimos para el futuro un sistema constitucional de gobierno de carácter democrático.
Mal que bien, esto es, trampeando y no obstante sus miserias, PSOE y PP, como he dicho, dieron a este país prosperidad y un régimen democrático homologable en Europa, aunque necesitado de adaptación a los cambiantes signos de los tiempos. El sistema se desbarató cuando algunas fuerzas políticas, sabemos cuáles en concreto, rompieron y traicionaron el consenso de la transición. El PSOE, ya desde Zapatero y, recientemente con Pedro Sánchez, abandonó la socialdemocracia, abrazó el autoritario sistema imperante al otro lado del atlántico y se entregó, para acceder al poder, en manos de las minorías separatistas, abiertamente contrarias a la Constitución. Como ha subrayado Raúl del Pozo, “construyó el muro del odio eterno a los romanos, olvidando que con los partidos anticonstitucionales hay que pactar pero no gobernar”.
Como tal opción representaba, en realidad, la imposición de una situación anormal, fue necesario revestirla con los más pintorescos atuendos y así manipular, presuntamente, la opinión certera de una inmensa mayoría de ciudadanos. A pesar de semejante maniobra pictórica, todavía no ha logrado consolidarse. Está en el empeño. Realiza notables esfuerzos para que la convivencia vuelva a ser muy convulsa, de división y enfrentamiento, de sectarismo y discriminación, de ’demolición acelerada del sistema constitucional de garantías’ (Albiac), de invasión de todas las instituciones, de presunta corrupción de miembros del partido socialista, de recortes en las libertades que veníamos disfrutando, de ‘impunidad penal de todos aquellos cuya gracia necesite garantizarse el Cesar para seguir imperando’ (Ibidem), de tener que soportar el progresivo empobrecimiento de tantos y tantos, de una autoritaria amenaza de restricciones en la libertad de expresión, etc., etcétera. Claro que, en tan impresentable quehacer del populismo de izquierdas, VOX, como en las últimas elecciones generales, redobla, ahora con más intensidad, sus servicios a Sánchez.
Tengo el convencimiento, cada día más firme, que muchos de los españoles que se proclaman progresistas de izquierdas, al igual que los patriotas y muy católicos de VOX, practican la resistencia en orden a asumir y superar la situación que ambos propician. ¡Da bastante pena! Vivimos, a mi entender, una realidad paralela (espectáculos deportivos, vacaciones y turismo, bares y restaurants, teatros y salas de fiesta), que tiene muy poco que ver con la vida real de la inmensa mayoría de los ciudadanos. Cada día se nos hace la vida más cuesta arriba. Cada día nos es más problemático sacar adelante a la familia. Cada día nos sentimos más asfixiados a impuestos y cada día vemos más retocadas y amenazadas nuestras libertades. ¿Cómo salir de semejante estado de cosas? ¿Por qué nos asusta la vida y nos ponemos a la defensiva? ¿Por qué tantos y tantos, de izquierdas y de derechas, se abrazan con emoción al progreso a paso de cangrejo, que dijo Umberto Eco? Me temo que el pueblo, su inmensa mayoría, desea que le dejen tranquilo, que le respeten, al menos, su vida íntima y su libertad. ¿Por qué se afana tanto cierta clase política en perturbarla, como ya advirtió en 1794 Louis-Antoine de Saint-Just?
Es, por otra parte, una triste obviedad que la metodología utilizada por ambos populismos es la misma: polarización extrema. Lo hemos padecido hasta la náusea la semana pasada y sigue coleando. VOX ha vuelto a caer en la trampa. Como es sabido, no se halla en su mejor momento. Necesita hacer ruido frente al PP y exhibir su exigua fortaleza ante sus votantes. Lo ha intentado con la convención Europa Viva 24, que reunió, legítimamente, a destacados líderes europeos de la derecha radical, además del Presidente argentino Milei. Fue éste quien abrió la caja de los truenos, que le vino a pedir de boca a Sánchez para una muy sobreactuada reacción. Ya estamos contemplando la ridícula y superlativa deriva que se ha desplegado. ¡Madre mía, qué país!
Así las cosas, conviene no engañarse sobre las inmediatas elecciones europeas. No perdamos de vista que, como ha recordado Marc González, “VOX y el PSOE son, en el fondo, socios estratégicos preferentes, pues se sustentan el uno en el otro. Cuanto mejor le vaya a Vox, mejor para el PSOE”. La política que prima ahora mismo es ésta: “la razón es del que no la tiene” (Raúl del Pozo) sino del que más chifla, del que más miente, del que más ruido hace, del que más insulta e injuria. Todo, por tanto, se ha vuelto emotivo y visceral. Nada razonable. Esto es, los procesos electorales son verdaderos plebiscitos.
Hoy por hoy, sólo existe, por desgracia, una alternativa de voto: Sánchez no o Sánchez sí. Una verdadera tomadura de pelo. No lo consientas. No te conviertas en cómplice. No caigas en la trampa. Utiliza tu inteligencia. Busca lo mejor para España y decide por ti mismo.