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Un muro de fango y sangre

Por José Manuel Barquero
domingo 19 de mayo de 2024, 04:00h

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Si no fuera por los muertos, y por tantas vidas truncadas para siempre por el dolor, habría que echarse a reír cuando se escucha a algunos condenar la violencia “venga de donde venga”. A uno se le va atragantando la cena según discurre el noticiario televisivo de la noche. Cuando no son obuses rusos, son misiles israelíes. Al islamista radical cuchillo en mano le sustituye un ultranacionalista pegando tiros a un primer ministro. Y así hasta que llegan los deportes y la previsión del tiempo.

Atendiendo a los datos y sin irnos muy lejos en el tiempo, desde la década de los setenta y hasta comienzos del siglo XXI la extrema izquierda en Europa mantuvo una relación con la violencia mucho más continua, estrecha y fructífera que la extrema derecha. Por fructífera me refiero al número de víctimas provocadas por sus crímenes, no a la consecución de objetivos políticos, que siempre acabó en fracaso. Alemania, Italia, Francia, Bélgica, Reino Unido, Grecia, Portugal y España han sufrido en mayor o menor medida los zarpazos asesinos en nombre de la izquierda revolucionaria.

El terrorismo de extrema derecha en Europa ha sido en esencia igual de salvaje, pero mucho menos productivo a la hora de llenar ataúdes. Esta afirmación no corresponde a un análisis ideológico del fenómeno, sino meramente estadístico. Las cifras no admiten comparación: se imponen por goleada los criminales inspirados por el marxismo-leninismo frente a los asesinos admiradores del fascio. Concretamente en España, cotejar los muertos de ETA y los GRAPO con los de la Triple A y el Batallón Vasco Español sería algo así como comparar los títulos del Real Madrid con los de la Ponferradina. Los primeros juegan en otra liga.

El trabajo de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, la presión internacional y la asfixia económica de su brazo político acabaron con ETA cuando la sociedad civil manifestaba masivamente su hartazgo. Se acabaron los coches bomba y dejaron de aparecer nucas agujereadas en mitad de la calle, pero la violencia, como es lógico, no desapareció de la noche a la mañana. La izquierda radical vasca siguió monopolizando la extorsión y la coacción física como método para avanzar en la consecución de sus objetivos. Se trataba simplemente de amedrentar al adversario político.

Que una parte del comunismo en España, primero, y algunos de los fundadores de Podemos, más tarde, fueran tan comprensivos con el terrorismo de ETA tenía que acarrear consecuencias. Cesaron las armas y de inmediato la “nueva” izquierda comenzó a recetar “jarabe democrático” en forma de escraches a políticos de derechas. Había que “normalizar” el insulto en la vida pública, declaró Pablo Iglesias. Se reventaban mítines durante una campaña electoral y si los electores se equivocaban a la hora de votar, al día siguiente se rodeaba el Congreso de los Diputados, o un parlamento regional, para ver si la gente espabilaba de una puta vez y escogía la papeleta correcta. Obviamente todo esto es preferible a que te metan una bala en la cabeza, pero no queda bonito en democracia.

Tras la muerte de Franco, durante tres largas décadas la extrema derecha fue insignificante en España. Una parte del falangismo y de la basura neonazi se incrusta hoy en Vox, un partido que incluye también a personas de ideología conservadora que jamás justificaron un asesinato, ni interrumpieron a ostias un acto académico de un conferenciante de izquierdas, ni siquiera escupieron a un adversario político. Vox incrementó sus votos haciendo de contrapeso a los discursos bolivarianos e independentistas, pero se ha de reconocer que no recurrió a bates de béisbol para disolver mitines de Unidas Podemos y Bildu.

Pedro Sánchez no ha tenido inconveniente en ser presidente gracias al apoyo de esa izquierda, la que más ha coqueteado con la violencia en España, por decirlo de una manera suave. Pensándolo bien, la viscosidad de la sangre se asemeja a la del fango más líquido, menos sólido, y por ahí encontramos la vía apropiada para que entren en la reflexión los políticos con menos memoria, o con la cara más dura. Ahora un pirado xenófobo le arrea cinco balazos al primer ministro eslovaco -un socialista más próximo a Putin que a Zelenski- y Sánchez aprovecha una entrevista para alertar del peligro que tiene la violencia de la ultraderecha en un contexto político tan polarizado. Lo dice sin ruborizarse el maestro en la construcción de muros entre españoles, el experto en trincheras, el artesano del fango que aprovecha lo que sea, hasta la sangre ajena, para hacer masa con la que apuntalar el discurso divisivo que le permite mantenerse en el poder.

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