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Mareo verde

Por Fernando Navarro
viernes 10 de mayo de 2024, 05:00h

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«Queremos que se abandonen las políticas de odio y ataques hacia el catalán» «Nuestro amor al catalán y a Mallorca es infinitamente más fuerte que su odio». «No podemos tolerar que estos intolerantes, desde su odio, condicionen las políticas». «Quien ama Mallorca no la destruye». Así hablaba el pasado domingo Antoni Llabrés, presidente de la Obra Cultural Balear, delante de un montón de seguidores en la Plaza Mayor de Palma. El problema parece estar –nos aclaran el propio Llabrés, dirigentes diversos y algunos medios- en la «extrema derecha antimallorquina». Desde que gobierna el Partido Popular, dicen, el catalán está sufriendo ataques porque la presidenta «continua arrodillada ignominiosamente delante del fascismo». Así que la manifestación pretendía defender el catalán, «la lengua que hace ocho siglos que empleamos día tras día», «de la minoría fanática que querría hacerlo desaparecer». Tremendo.

A los de fuera de aquí podría extrañar esa declaración conjunta de amor a Mallorca y al catalán. ¿No sería, si acaso, más correcto a Mallorca y al mallorquín? No, no, no: el propio Llabrés dejó claro que «catalán» es la «denominación científica de la lengua del país», como si unos asépticos filólogos con batas blancas, entre redomas y probetas repletas de ortografía y gramática, hubieran destilado la fórmula lingüística «científicamente» aplicable a Baleares. Los que no entienden esto, aclaró, son «cuatro indocumentados, cuatro analfabetos». Yo, la verdad, no soy filólogo, pero sospecho que lo que hoy se enseña en las escuelas no lleva ocho siglos en Mallorca. Nació, más bien, de las disputas entre Mossèn Alcover y Pompeu Fabra que llevaron al primero a abandonar l’Institut d’Estudis Catalans a favor del segundo: quizás, si Alcover hubiera permanecido, hoy los niños de Mallorca dirían nigul, deport, y manlleu en vez de núvol, esport y préstec –e incluso, me temo, barco y gorrió-. Toda esta discusión va perdiendo relevancia, porque los jóvenes que se manifestaban en la Plaza Mayor ya han recibido ese catalán científico y unificador de ocho siglos de antigüedad que Pompeu Fabra inventó hace uno.

Yo, como digo, no soy filólogo, pero de política algo sé, y detrás de estas declaraciones de amor lo que hay es un proyecto político. La construcción de una nación política, los Països Catalans, requiere de un traumático proyecto de ingeniería sociolingüística que incluye erradicar, no sólo el castellano, sino también el mallorquín. Porque el nacionalismo en Baleares es singular: pretende emanciparse del país del que forma parte para ser

inmediatamente absorbido por otro nacionalismo expansionista.

Y a todo esto ¿cuáles son los despiadados ataques contra el catalán? Pues resulta que el «odio» de la «minoría fanática» consiste en un proyecto bastante modesto del gobierno de Prohens que, para colmo, parece haberse abandonado: que los padres puedan elegir que sus hijos sean educados en catalán o castellano en Infantil, y que en Primaria puedan elegir la lengua en que se impartan las materias troncales: Matemáticas y Conocimiento del medio. Una crueldad inaudita, como ven.

La Comisión de Peticiones del Parlamento Europeo aprobó recientemente -con el voto en contra de nacionalistas y socialistas españoles- el informe elaborado por la misión que visitó Cataluña en el mes de diciembre y salió con los pelos de punta. Tras examinar el

sistema de inmersión lingüística llegó a algunas conclusiones: que las dos lenguas oficiales han de tener un mismo tratamiento como vehiculares, que deben ser usadas equilibradamente, que la inmersión obligatoria es contraria a derecho, y que vulnera derechos de los niños y de sus familias, con un perjuicio especial para los alumnos más vulnerables o con necesidades educativas especiales. El informe se sorprendía de la flagrante vulneración del estado de derecho que supone ignorar sentencias que exigen un mínimo del 25% del horario lectivo en castellano, y advertía que la promoción de las lenguas regionales en ningún caso puede hacerse atropellando derechos fundamentales de familias, progenitores y niños.

¡Oh, cuánto amamos! ¡Ay, cuánto nos odian! ¡Ah, qué víctimas somos! Estas jeremiadas simplemente pretenden ocultar, quizás incluso para ellos mismos, lo que la misión europea pudo contemplar: que, alegando agresiones imaginarias, se están vulnerando gravemente derechos fundamentales en la realidad. Los manifestantes del domingo no se manifestaban a favor de sus derechos -que nadie cuestiona- sino para seguir atropellando los de otros.

«Quien ama la lengua la usa siempre, siempre, siempre», decía Llabrés agitando, algo tímidamente, el puño. Salvo si es el castellano, que entonces no le dejan. «Os conmino a pasar a la acción (de nuevo el puñito), a una movilización continua». Ya sabemos lo que esto indica: nuevas mareas verdes, y otra vez la utilización de los niños por los docentes que deberían educarlos. Todo por amor, claro.
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