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De Lingua Balearica Academiae

martes 07 de mayo de 2024, 05:00h

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Hace unos días conocimos la noticia de que nuestra inefable Casa Real, nuestro rey en definitiva, había concedido el derecho a utilizar el apelativo de Real a la autodenominada “Acadèmi de sa Llengo Baléà” (sic), institución de la que se desconoce cuáles sean sus exactos merecimientos para ser considerada, nada menos, que academia, ni, sobre todo, cuáles sean los méritos científicos de sus académicos.

Para los que somos republicanos y nada esperamos de la casa de Borbón de España, la denominación “real” no añade ningún brillo a la institución, al contrario, es más bien un demérito, pero no deja de ser muy preocupante que el jefe del estado haya decidido concederla, lo que para él es sin duda un reconocimiento que infunde nobleza, a una organización que defiende y promueve el secesionismo lingüístico de las hablas insulares respecto del resto del ámbito de la lengua catalana, en contra de la opinión de la práctica totalidad de los filólogos y especialistas en lenguas románicas.

Vivimos en una época en la que los conocimientos científicos y tecnológicos han alcanzado un nivel sin precedentes y, sobre todo, avanzan a una velocidad inédita en la historia de la humanidad, pero ello no obsta para que haya minorías, o no tan minorías, que rechacen o nieguen los postulados de la ciencia y los sustituyan por teorías variopintas de diverso origen y catadura. Así tenemos terraplanistas que afirman contra toda evidencia que la Tierra es plana; creacionistas, que afirman que lo escrito en la Biblia es la verdad literal y que Dios creó el mundo, y el universo todo, en seis días; los que creen que la Tierra está hueca y que en su interior hay océanos, continentes y razas extrañas de animales y seres humanoides; los que creen en las pseudomedicinas como el reiki, la reflexología, la homeopatía, la iridología, la acupuntura, la osteopatía, la magnetoterapia y tutti quanti; los negacionistas y antivacunas, una secta particularmente peligrosa y un largo y prolijo etcétera.

Lo que produciría perplejidad, estupefacción incluso, sería que nuestra máxima autoridad concediera el título de Real a la asociación de terraplanistas españoles, o a la academia de la Tierra hueca, o a la asociación española antivacunas y eso es precisamente lo que ha hecho en este caso, ha agraciado con la denominación Real a una institución que plantea una tesis que es contraria a la del mundo científico y académico (académico auténtico). Como se ha desatado un revuelo importante ante tamaño desatino, la Casa Real ha emitido un comunicado en el que intentando explicar el desaguisado solo ha conseguido añadir pasmo y asombro, ya que se refiere a la concesión como resultado de los méritos de la “Academi” señalados por ciertos informes, que no se aportan y cuyos autores no se explicitan.

Lo cierto es que esta concesión no deja de ser una toma de partido por parte de la Casa Real en un tema que no es una polémica lingüística, sino un asunto sociopolítico. Un rey, como jefe de estado no elegido democráticamente, debe ser estrictamente neutral en temas políticos y el actual, por desgracia, ya demostró hace años que no sigue ese requisito y que no vacila en discriminar entre sus conciudadanos, que no súbditos (que quizás sería lo que preferiría).

La secesión de las hablas baleares, igual que la de las valencianas, del ámbito común de la lengua catalana es una operación política para desmembrar, trocear, separar y disgregar el conjunto lingüístico y cultural que forman los antiguos territorios de la corona de Aragón, con excepción de la mayor parte del propio Aragón. Con esta concesión a la “Academi”, nuestra Casa Real ha tomado partido.

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