El papel de las universidades en la sociedad no es neutro. Vale la pena recordar, aunque sea de forma breve y simple, dos modelos contrapuestos, próximos en el espacio y compartiendo un mismo idioma. Me refiero al austríaco y al alemán de finales del siglo XIX e inicios del XX. Pues el primero dio paso a uno de los momentos más esplendorosos de la intelectualidad europea y universal, mientras que el otro acabó reforzando el período más oscuro de la historia de la humanidad.
Ciertamente, la constitución que los liberales habían obligado a aceptar al emperador austro-húngaro en 1867, y las leyes fundamentales relacionadas con ella, impregnaron un clima de libertad que convirtieron a Viena en un faro que irradió, al mundo entero, nuevas formas de pensar. De hecho, hasta ese momento Austria había estado al margen de los esfuerzos intelectuales de Europa. Pero cuando los liberales rompieron las cadenas, y abolieron todo tipo de censura, fueron muchas las mentes que acudieron a su capital. El Círculo de Viena, fundado tras la Gran Guerra y el desmoronamiento del imperio, no es sino uno de tantos ejemplos. Stefan Zweig lo retrató en su espléndido “El Mundo de Ayer”.
Sus universidades contaban con profesores funcionarios que gozaban de libertad de cátedra, es decir, ninguna autoridad tenía derecho a interferir en los contenidos de la enseñanza que se desarrollaba en el ámbito de sus clases y seminarios. Y, sobre todo, estaba también la figura del Privat-Dozent. Cualquier graduado que hubiese publicado un libro, sobre una determinada disciplina, podía solicitar ser admitido en una de estas plazas en calidad de profesor libre o privado; sin sueldo, aunque con derecho a exigir tasas escolares. Sigmund Freud introdujo y difundió el psicoanálisis desde uno de estos puestos. Por su parte, el economista Ludwing von Mises, siguiendo los pasos de otros maestros en su materia, asentó la Escuela Austríaca de Economía sin contar con ninguna cátedra.
Resulta que Zweig, Freud o Mises, entre otros muchos, eran de origen judío.
Por supuesto, el ministerio de instrucción pública, -como pasa siempre con el poder político-, con frecuencia se mostró reticente a ese ambiente de libertad que transformó las universidades en verdaderos centros de cultura universal, aunque, por suerte sin llegar a revertir la situación.
Alternativamente, es el mencionado von Mises quien, en su “Autobiografía de un liberal”, afirma que la Primera Guerra fue el resultado de la ideología nacionalista que durante mucho tiempo se había enseñado desde las cátedras alemanas. Pues considera que fueron los profesores de aquellas facultades de economía quienes más contribuyeron a la preparación del espíritu de guerra. El Manifest der 93 promovido en 1914 por el prominente profesor Gustav von Schmoller es prueba de ello.
La figura de Privat Dozent también existía en Alemania, aunque el dominio del acceso a los estos puestos, y a los de Titularprofessor, dependía de los catedráticos mejor situados y conectados con el poder político. Lo que supuso rechazar muchas de las doctrinas provenientes del extranjero. De esta forma la mentalidad nacionalista se impuso, de forma especial en materia de economía.
Ciertamente, se impulsó una radical denigración de la doctrina económica clásica de origen foráneo (británico y francés). Un rechazo fundamentado básicamente en prevenciones políticas, por favorecer, sobre todo, teorías económicas de universal aplicación y la igualdad de los individuos ante la ley, como fórmula para evitar cualquier clase de privilegio (ley privada). Así, la Escuela Historicista alemana cultivó la idea de que el “hecho diferencial nacional” debía dar lugar a un conocimiento alternativo por la influencia de la nación y la raza, sustituyendo asiduamente argumentos de tipo racional por otros más emocionales. Por ello se llegó a considerar a los economistas más ortodoxos, aquellos partidarios de la estabilidad presupuestaria y monetaria, como enemigos del Estado. Por descontado, Hitler incrementó las partidas presupuestarias dedicadas a la educación superior.
De hecho, la mayoría de los mandos nazis eran egresados universitarios, a veces con dos carreras, tal como comprobó hace unos años el historiador francés Christian Ingrao. Buena parte del anti-semitismo, por consiguiente, tenía raíces académicas anteriores al ascenso al poder de los nacional-socialistas. Los horrores soportados por el pueblo judío fueron, en buena parte, el resultado de unos políticos instruidos en las enseñanzas universitarias de la Escuela Historicista que fomentaba el nacionalismo y el socialismo de Estado. En aquellas facultades los pensadores liberales brillaban por su ausencia.
En definitiva, valgan estos dos ejemplos, explicados de forma simplificada, para hacernos conscientes de que la forma de organizar los estudios universitarios y la vida académica debe ser considerada de especial trascendencia por el conjunto de la ciudadanía. Pues desde las aulas y los pasillos de estas instituciones milenarias se puede contribuir a construir un tipo de sociedad abierta tolerante, libre y próspera o, desgraciadamente, también todo lo contrario. Es un gran error considerar que la Universidad es cosa sólo de académicos.