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Una relación tóxica

Por José Manuel Barquero
domingo 05 de mayo de 2024, 05:00h

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En toda relación se producen altibajos. Esas vicisitudes no son buenas ni malas en sí mismas, son una realidad con la que debemos lidiar cada día en nuestra familia, en el trabajo, con la pareja o con los amigos. Hay enfados, discrepancias, decepciones … y también sorpresas felices cuando la gente que queremos y que nos quiere supera nuestras expectativas. Sin embargo, un vínculo sano no puede consistir en un test permanente sobre su resistencia. Es más, no conviene abordar determinadas pruebas para comprobar cuánto aguanta ese lazo, porque puede suceder que los materiales con los que se construye esa relación, aunque no lleguen a romperse, se aflojen más de la cuenta hasta deformarse, y ya nada vuelva a ser lo mismo.

Ante la sospecha de una infidelidad, por ejemplo, ¿soportaríamos que nuestra pareja nos confesara que contrató un detective para que nos investigara durante meses, o que nos espió a diario el móvil, hasta comprobar que no tenia de qué preocuparse? En caso afirmativo, ¿la relación quedaría igual? ¿el grado de confianza en esa pareja sería el mismo a partir de ese momento?

Imaginemos que no existe un conflicto previo en la relación, al menos no de esa naturaleza, y que simplemente una de las partes quisiera comprobar hasta dónde llegan los sentimientos de la otra persona. ¿Aceptaríamos que fingiera una enfermedad grave para medir nuestra generosidad, nuestra capacidad de sacrificio o los cuidados que estaríamos dispuestos a procurarle? Al margen de consideraciones morales, ¿una prueba de ese tipo fortalece o debilita una relación sana, o sea, que no sea tóxica?

Hace años fantaseé en una columna con asistir a mi propio funeral. Soñaba con una profusión de faldas por la rodilla, stilettos de doce centímetros, pamelas y maxi-gafas negras. A pesar de la intención jocosa el artículo no hizo gracia entre algunos seres queridos, que visualizaron la escena de mi despedida con el ataúd frente a ellos, mi cuerpo rígido y los ojos vacíos mirando al techo de la iglesia, y no a señoras estupendas vestidas para la ocasión. Ahora imaginen que aL finalizar el réquiem me incorporo del féretro, primero con cara de cadáver y al poco sonriendo, y les digo que no era para tanto, que no estaba tan mal como para dimitir de la vida, y que seguiremos juntos en este mundo un poco más de tiempo, con más fuerza, si cabe.

Algo parecido es lo que ha hecho Pedro Sánchez, organizando unas exequias de cinco días para despedir a un político joven, apuesto, audaz, un Hércules capaz por sí solo de frenar la hordas fascistas que asedian nuestro país. Un hombre enamorado, en la flor de la vida, que no podía seguir representando el papel del Atlas que sostiene sobre sus hombros todo el peso de la democracia española. Decidió parar y tras reflexionar tumbado en el sarcófago de Moncloa, el titán se levantó con más fuerza, si cabe, para llevar el peso de la lucha por los valores democráticos no ya en España, sino en todo el mundo libre.

Tengo para mí que esta vez algo nuclear se ha roto en el liderazgo de un personaje que se considera a sí mismo casi mitológico. No digo yo que personas que llevan años votando al PSOE vayan a dejar de hacerlo por culpa de esta performance dramatizada hasta extremos grotescos, porque siempre les quedará el comodín de Abascal y la galaxia de ultraderecha. Pero sí que ha supuesto un fogonazo que ha permitido contemplar al rey desnudo, al menos por unos instantes, y verificar hasta dónde es capaz de llegar este hombre a la hora de manipular los sentimientos de las personas que aún confían en él.

Lo que aflora en voz baja en las críticas socialistas, incluso en las de periodistas que se tragaron esta farsa, es un atroz sentimiento de ridículo, de haber sido mangoneados apelando a razones que trascienden a la política, y que son más importantes. Emplear el amor y la defensa de la familia para provocar un giro radical en el debate público, manteniendo en vilo al país y a su partido durante días, quizá haya sido demasiado incluso para una parte de sus fans más entregados.

No digo yo que haya divorcio inmediato a la vista, pero ya nada será lo mismo dentro del PSOE con Sánchez al frente. Será difícil de olvidar el ninguneo, no sólo al partido sino a las personas de su círculo más cercano. Esa sensación de orfandad, de desamparo, las lágrimas, los aporreamientos de pecho, y también los movimientos sucesorios (presidente, teníamos que seguir, alguien tenía que recoger tu bandera), mientras Sánchez lo observaba todo desde el ataúd. Semejante conmoción sólo puede reanimar una relación tóxica, no un vínculo basado en la confianza que presupone todo liderazgo.

José Manuel Barquero

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