Ya llevamos tiempo empeñados en debilitar nuestra democracia. Una parte de la izquierda había optado por el abandono de la social democracia, el abrazo de las políticas identitarias y el populismo bolivariano así como el entreguismo a los nacionalismos separatistas. Aunque iniciado por Zapatero, el autoproclamado ‘Dios Sol invicto’ correspondió a Pedro Sánchez, que se dignó descender del Monte Olimpo, para regenerar la democracia universal (legitimidad política) y salvar a este país.
Puede parecer incomprensible. Pero, en la vieja España, miramos, en efecto, al desorden del otro lado del Atlántico. El divino Sánchez se olvidó de su promesa de regenerar aspectos concretos del sistema democrático y optó por derivar, presuntamente, nuestra democracia liberal representativa hacía un régimen con claros ribetes autoritarios y autocráticos. La concepción de lo público sin excepción, la idea de la justicia social y de la liberación del hombre son «indisociables del marxismo como filosofía y del comunismo como práctica» (Vargas Llosa). Sus cinco años al frente del Gobierno español ya acreditaban una falsa alternativa regeneradora (promesa electoral) del régimen democrático constitucional. Lo ha sometido, por el contrario, a verdaderas tensiones, muy distantes del interés general y del espíritu constitucional.
La situación real en España era y es ahora mismo irrespirable. Se mire como se mire, estamos metidos de hecho en un verdadero lío, un auténtico nudo gordiano de muy difícil desenlace democrático. Tan es así que, en la perspectiva de más de media España, lejos de encontrarnos, en estos momentos, ante la regeneración prometida del sistema constitucional (democrático), se tiende a ver en ella, presuntamente, una cierta aproximación a la profecía totalitaria que anunció Orwell en su novela 1984. Esto es, “el socialismo y la democracia son en la novela, en palabras de Vargas Llosa, las vías por las cuales ha degenerado la sociedad humana hacia el totalitarismo absoluto”.
La aparición con gran fuerza de los populismos, de derechas e izquierdas, y el retorno de los nacionalismos, están propiciando, en diversas partes del mundo, que, por desgracia, Orwell haya podido acertar en sus predicciones. No hay más que echar una mirada a Latinoamérica para contemplar cómo la profecía totalitaria se puede estar cumpliendo. ¿Puede ocurrir semejante despropósito también en España? El camino que se ha recorrido, bajo la presidencia de Sánchez, ofrece, presuntamente, ciertas zonas oscuras, que, en efecto, pueden alentar interpretaciones y visiones de dudosa calidad democrática. El futuro, si se insistiese en esa tendencia, podría llevarnos al precipicio, a ser el primer país europeo en el que “penetre y arraigue el populismo sudamericano” (López Burniol). Todo es posible. “¡No hay nada nuevo bajo el sol!” (Ecl 1, 9).
La farsa y la falacia de su autoimpuesto y engañoso retiro ‘espiritual’ de la semana pasada no parece que haya sido aprovechado para discernir el presente de la realidad española. A este respecto, me permito la licencia de recordar unas palabras de Francisco, dirigidas al propio Sánchez en su visita al Vaticano del 24 de octubre de 2020: “Y eso no es fácil. Para mí es lo más difícil de lo político: hacer crecer la patria. Porque siempre se encuentran como coartadas para eso. Coartadas disfrazadas de modernidad o de restauracionismo. Los movimientos son varios. Pero coartadas para que la patria sea lo que yo quiero y no lo que he recibido y que tengo que hacer crecer libremente y ahí entran a jugar las ideologías: armar una patria a mi cabeza, a mi mente, con mi idea, no con la realidad del pueblo que yo recibí, que estoy llevando adelante, que estoy viviendo”. ¡Sabias palabras!
Aquí se puede hallar una fundada explicación de la situación presente en España. Las grandes reformas y movimientos en un país democrático no deben llevarse adelante sin dar la oportunidad al pueblo soberano de manifestarse al respecto en el correspondiente proceso electoral. La soberanía reside en el pueblo que, guste o no, es, felizmente, muy plural, tiene su historia milenaria, sus creencias y sus convicciones. La democracia es, entre otras cosas, diálogo y escucha. No es coherente ni oportuno imponer la ideología que ‘yo quiero’, la que desea un líder político concreto, máxime cuando, para poder gobernar, tiene que aliarse con grupos minoritarios, radicales y separatistas. Proceder de ese modo debilita el Gobierno, lo vuelve inestable, obligado a concesiones discriminatorias múltiples, que tensionan y polarizan constantemente la vida social y política.
Para hacerse entender mejor, el Papa realizó una referencia explícita al libro Síndrome 1933 de Siegmund Ginzberg y lo acompañó de este comentario: “Se refiere a Alemania, obviamente. Caída la República de Weimar, ahí empezó toda una ensalada de posibilidades de salir de la crisis. Y ahí empezó una ideología a hacer ver que el camino era el nacional socialismo y siguió y siguió y llegó a lo que conocemos: al drama que fue Europa con esa patria inventada por una ideología. Porque las ideologías sectarizan, las ideologías deconstruyen la patria, no construyen. Aprender de la historia eso. Y este hombre en ese libro, hace con mucha delicadeza un parangón de lo que está sucediendo en Europa. Dice: Cuidado que estamos repitiendo el camino parecido. Vale la pena leerlo”. Exposición que hace pensar a todos. Pero, sobre todo, debería ser objeto de seria reflexión de los líderes políticos en España.
El encuentro termina con un apunte final, que no tiene desperdicio: “Y es muy triste cuando las ideologías se apoderan de la interpretación de una nación, de un país y desfiguran la patria. Me viene a la mente en este momento el poema de Jorge Dragone: «Se nos murió la patria». Es el réquiem más doloroso que yo he leído y de una belleza extraordinaria. Ojalá nunca nos suceda a nosotros”.
Me temo, a la vista de las propias declaraciones posteriores, que el Presidente no meditó sobre la ideología personal que, presuntamente, está desfigurando el país. Creo, más bien, que estamos ante una huida hacia delante, en un contexto existencial en el que se ve acorralado y arrinconado, muy debilitado y desesperado, sin acabar de ver una salida airosa. “He decidido seguir con más fuerza, si cabe, al frente de la Presidencia del Gobierno”. ¡Hay que ver la energía moral que puede insuflar la movilización de los estómagos agradecidos! Vino seguida, eso sí, de un aviso amenazador: “Esta decisión no supone un punto y seguido, es un punto y aparte”. Un verdadero sermón a la vieja usanza. Se propone hacer ‘limpieza’, con la mirada puesta, sobre todo, en los jueces y los periodistas. Buscar la renovación del CGPJ, el control del poder judicial, y acabar con la “máquina del fango”, con los que llama “pseudomedios digitales” ¡Vaya panorama! ¡Vaya regeneración democrática que nos espera! ¡Vaya programa para un gobierno progresista! “Vaya populismo de izquierdas”.
Su debilidad está en su propia ideología. Y, como ha subrayado Raúl del Pozo, y viene demostrando la historia, “el poder tiende a hacerse peligroso cuando es débil”. Incluso, para quien lo detenta.