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Yo fui un 'homme fatal'

Por Josep Maria Aguiló
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jmaguilomallorcadiariocom/8/8/23
sábado 27 de abril de 2024, 10:04h

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Mi fascinación indeclinable por las femmes fatales quizás provenga, al menos en parte, del hecho de que de joven yo fui un homme fatal, pero fatal fatal de verdad. Sí, sí, así como lo oyen, o, mejor dicho, como lo leen.

Ocurrió cuando yo tenía veintiséis años de edad, justo después de que me hubieran operado de la pierna derecha. El doctor me dijo entonces que debería llevar pantys durante un tiempo y así lo hice disciplinadamente.

Es cierto que no eran pantys negros de fantasía, sino beige de compresión, pero también es verdad que yo me sentía más atractivo con ellos, pues hacían mis piernas más estilizadas y provocaban un suave y casi imperceptible efecto moldeador en los glúteos, el abdomen y los muslos.

Aun así, reconozco que no todo eran ventajas, pues me costaba bastante poder ponérmelos y quitármelos cada mañana y cada noche. Por no hablar de cuando no me quedaba más remedio que ir a orinar al baño de caballeros en un sitio público, como por ejemplo un bar o un restaurante.

De hecho, creo que será casi mejor que no entre hoy en detalles concretos sobre tan espinoso y desagradable asunto. Nada que ver, en ese sentido y en otros, con la elegancia y la sensualidad con las que Marlene Dietrich o Anne Bancroft se ponían y se quitaban las medias en El ángel azul o en El graduado.

En mi caso, como el médico me recomendó que sólo llevase pantys, nunca llegué a saber cómo me habría sentido en caso de que también me hubiera aconsejado que portase medias de forma habitual.

Si el doctor me hubiera dado esa segunda opción, seguramente yo habría optado por un estilo de medias más bien clásico, desechando —en principio— las medias de rejilla o los ligueros de cuero, así como también complementos como los que usaba la peligrosísima Bárbara Stanwyck en Perdición: una pulsera en el tobillo y zapatos de tacón de aguja.

Más allá de todas estas cuestiones meramente indumentarias, en aquella época yo era, como ya les comenté, un auténtico homme fatal, que vendría a ser algo así como la versión masculina de la femme fatale, un arquetipo históricamente no muy bien tratado, pero con el que siempre me he identificado totalmente.

Como marcaban los cánones más ortodoxos, yo vestía siempre elegante, fumaba en boquilla y era poco hablador, así como también solitario, misterioso e independiente. También podría decir que era tímido y atrevido a un tiempo, lo que a veces podía resultar cautivador, sensual o seductor a ojos de los demás.

Así pues, en principio parecía abrirse ante mí un mundo de pasión, deseo y lujuria casi sin freno ni medida, que incluso podría llegar a dejar tal vez en nada historias tan turbias y extremas como las de Fuego en el cuerpo, Jade, Instinto básico o Atracción fatal.

Sin embargo, debo reconocer que tuve entonces un fracaso amoroso tras otro, sobre todo en la más estricta intimidad. Visto hoy ya todo con una cierta perspectiva, me temo que llevar puestos aquellos pantys de compresión a todas horas fue lo que, ay, finalmente me condenó.

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