Fútbol aparte, la final de la Copa del Rey nos deja enseñanzas sobre la importancia de la gestión de las emociones y los sentimientos en la dirección de los equipos, sean de trabajo, deportivos o de cualquier otro ámbito.
Javier Aguirre, más allá de su planteamiento estrictamente balompédico, demostró suma torpeza al obviar elementos esenciales de la gestión emocional de su equipo, probablemente imbuido por una ambición estrictamente personal de poder lograr, al fin, un título en un campeonato de uno de los países que lideran el escalafón futbolístico -la mejor liga del mundo, según algunos-, pues sus precedentes galardones se limitan a las modestas competiciones mexicana y de los Emiratos Árabes, ambas a una distancia sideral del nivel europeo.
El primer gran error del entrenador del RCD Mallorca fue, pues, poner por delante su exclusivo interés profesional antes que el de dar satisfacción a la afición bermellona. Los seguidores mallorquinistas, en general, se daban por más que satisfechos con haber alcanzado una final tras veintiún años, luego de un duro tránsito por categorías inferiores. Eran conscientes de la teórica superioridad deportiva del Athletic Club de Bilbao y, aunque ansiaban lógicamente el premio gordo, éste no constituía una exigencia moral para el equipo de sus amores. Querían que diera la cara, pelease y que, si era derrotado, vendiera cara su piel, como así fue.
El segundo yerro de Aguirre fue el no dimensionar adecuadamente la repercusión de sus decisiones. A menudo se habla de la profesionalización y de la importancia de los conocimientos de los entrenadores en materia de psicología, probablemente sobredimensionando artificialmente su bagage intelectual, relacionando el hecho de que ganen fortunas con la posesión de conocimientos cuasi mágicos, ignotos para el común de los aficionados. Sin embargo, en su inmensa mayoría, no es ese precisamente el patrón.
Un equipo de fútbol es bastante más que su plantilla de jugadores, algo que su conversión en sociedades anónimas ha contribuido a desdibujar, pero que sigue ahí. Por este motivo, Aguirre no cuenta con el afecto general de los aficionados, que lo ven como un competente catalizador de las cualidades de sus futbolistas -especialmente, de su intensidad en el terreno de juego-, pero alejado de toda identificación con los sentimientos de los aficionados. Los seguidores agradecen a Aguirre su contribución a la consolidación del Mallorca en la máxima categoría, pero saben que el mexicano no ha sido ni será jamás mallorquinista. No es algo extraño hoy en día. Técnicos, jugadores y directivos profesionalizados, sin vínculo sentimental alguno con el club que les paga, abundan. Tampoco es mallorquinista el CEO del club, Alfonso Díaz, al que la propiedad fichó para llevar a cabo una gestión económica, seguramente olvidando que un club de fútbol no es una firma de auditoría, un banco, o una fábrica de lavadoras. ¿Qué aficionado recuerda hoy con cariño a Maheta Molango?
Ni siquiera el director deportivo, Pablo Ortells, tiene más vínculo emocional con el club que el de la satisfacción que produce a cualquier asalariado percibir su nómina puntualmente. Se irá por donde ha venido algún día y nadie le recordará.
La propiedad debiera reflexionar sobre el hecho incontrovertible de que en la planta noble de Son Moix no haya un solo mallorquinista, o al menos alguien capaz de asimilar sus afectos con los de los seguidores -que son el club-, como ha sido, por ejemplo, el caso de Luis García Plaza, que, esté donde esté, los mallorquinistas considerarán siempre como uno más de su tribu.
El sábado, en la Cartuja, Aguirre cometió una infamia imperdonable para cualquier aficionado rojillo. Abdón Prats no es un jugador más. Nos importa un pimiento la comparación de sus cualidades con las de otros jugadores de la plantilla, aunque, además, supere con ventaja en todas ellas a la mayoría de sus actuales compañeros de vestuario. Abdón es uno de los nuestros, y punto; su humillante e injustificable exclusión nos dolió a todos igual que a él mismo. Mucho más que haber perdido la final en los penaltis.