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Mando y ordeno izquierdista

Por Pep Ignasi Aguiló
martes 27 de febrero de 2024, 05:00h

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En la sobreactuación, rasgándose las vestiduras, de los diputados izquierdistas a propósito de la aceptación del castellano, junto al catalán, en las comunicaciones del Parlament podemos observar como el izquierdismo transforma sus objetivos en función de la necesidad de justificación de su idea fundamental de la aplicación de la ingeniería social dirigida desde arriba.

El izquierdismo nació, a finales del siglo XVIII, con el objetivo de transformar las relaciones sociales desde la costumbre y la tradición hacia la organización inspirada en la razón. De esta forma, inicialmente, realizaron propuestas utópicas a las que no se adhirió casi nadie de forma voluntaria. Ahí están las iniciativas de Fourier o de Sant Simon. Más éxito tuvo la idea de realizar revoluciones que permitieran acabar con los señalados situados en el bando contrario. La armonía social sólo es posible identificando al enemigo. Todo eso, se debía hacer, siguiendo esa misma línea, para alcanzar la anhelada organización racional utópica de la sociedad.

En cualquier caso, el objetivo final deviene tan importante que se considera que no es necesario la aceptación por parte del público, pues éste acabará viendo la luz (¿o represariado?). Así una parte de estas corrientes políticas llega incluso a pregonar la promulgación de leyes secretas y retroactivas, tal como ocurrió en la URSS, que otorgan el mayor grado de poder discrecional a los dirigentes; mientras que otros, como fue el caso de los fabianos británicos, abogan por montar potentes aparatos estatales y de propaganda que consigan transformar los marcos mentales de la gente corriente, o, incluso, a cambiar el lenguaje para poder cambiar la percepción de la realidad.

Tanto el socialismo de corte soviético como el más moderado británico acabaron sonoros fracasos. No tan sólo nunca se alcanzó la utopía, sino que se empobreció considerablemente a sus respectivas naciones. Además, lo que es peor, lo hicieron a costa de una considerable pérdida de libertad. De hecho, la libertad individual real se convirtió, desde sus inicios, en otro de los elementos a combatir por ser contraria a la dirección controlada de la sociedad. Justamente por eso repiten, una y otra vez, que sin igualdad la libertad individual no existe.

Estos fracasos, llevaron a los izquierdistas a replantearse las formas de sus propuestas para conseguir que el público aceptase la dirección de la sociedad según los dictados de sus dirigentes. Por tanto, se propusieron conseguir que se aceptase el “mando y ordeno” como algo beneficioso para las mayorías y minorías. Así, a partir de propuestas concretas, más o menos utópicas de aceptación universal, como puede ser el caso de la igualdad, se pasa a justificar la actuación de leyes que progresivamente tienen que ir acotando la libertad personal.

La exaltación del victimismo, y del concepto de externalidad o fallos de mercado y la división en dos de la sociedad, son los dos nuevos instrumentos que sustituyen a las antiguas prácticas, aunque se mantiene la potenciación de los aparatos propagandísticos. De esta forma, se puede imponer una lengua por considerarla minorizada, o se puede impedir la libre elección del colegio de los hijos por cambiar el objetivo de aprender por el de la igualdad. Esta misma lógica les lleva a intentar impedir el consumo asequible de determinados bienes, por ser considerados contrarios al cambio climático, por ejemplo. Se imponen formas de relacionarse entre los miembros de uno y otro sexto, etc.

La izquierda, en definitiva, continúa teniendo las mismas características que configuraron su origen, esto es, la imposición (“mando y ordeno”) de un tipo de sociedad diseñado desde la cúspide intelectual-racional por considerar que su utopía se puede alcanzar, la identificación de los enemigos victimizadores que deben ser combatidos, y a los cuales se les puede atribuir los fracasos de las propias actuaciones. Y todo ello envuelto en el manto de un potente aparato propagandístico que, esta vez sí, puede recurrir a argumentos poco o nada racionales si la causa así lo justifica. Todos estos elementos tienen la característica común de mermar la libertad individual de las personas y potenciar el poder de los dirigentes, lo cual les permite, a su vez, contar con aliados poderosos tanto desde el punto de vista económico como social, al observar que con estas premisas es más sencillo obtener determinados privilegios.

Por su parte, los nacionalistas muestran un ideario parecido al ser la futura nación independiente su anhelada utopía en donde los grandes problemas habrán desaparecido al haberse liberado de imaginarios opresores.

Por todo ello, a estas alturas, no nos debería llamar excesivamente la atención la sobreactuación de los diputados izquierdistas y nacionalistas cuando se plantea un modestísimo avance, aunque sea de menos de una décima de grado, hacia una mayor libertad personal.

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