www.mallorcadiario.com

En la muerte de un amigo

Por Josep Maria Aguiló
x
jmaguilomallorcadiariocom/8/8/23
sábado 17 de febrero de 2024, 09:35h

Escucha la noticia

Cada cierto tiempo, un muy buen amigo y compañero de profesión, José María Rodríguez Montero, me enviaba por Whatsapp mensajes siempre llenos de cariño, de generosidad y de afecto valorando algunos de los artículos de opinión que yo iba publicando en El Debate, Última Hora y aquí en mallorcadiario.com.

El pasado 4 de febrero, recibí un nuevo mensaje suyo, tras haber publicado en este digital una columna que titulé 'Mis raíces judías'. «Emocionante y magnífico artículo sobre tus raíces judías y reflexiones sobre Palestina y vecinos. Y a Jesús lo matamos entre todos cada día, así que no te preocupes. Un abrazo, niño pequeño», escribió en ese Whatsapp.

Ese mismo día, le envié a José María este mensaje de agradecimiento: «¡Muchísimas gracias, José María! De verdad. Otro abrazo fuerte para ti». Esa respuesta iba acompañada de tres emoticonos, el de una carita sonriente sonrojada, el de una carita que daba un abrazo y el de un bebé recién nacido, que era yo.

En aquel momento, no podía imaginar ni tampoco intuir que, triste y fatalmente, esos serían los dos últimos mensajes que nos intercambiaríamos.

La mujer de José María, Nati, me llamó ayer por la mañana, para comunicarme que mi buen amigo había fallecido el pasado miércoles por la noche, mientras dormía, de un ataque al corazón. Tenía 66 años de edad. Nati y yo hablamos durante un rato y no pude evitar emocionarme profundamente.

Conocí a José María en mis inicios profesionales, hace ya veinticinco años, cuando yo era un incipiente redactor en Última Hora, y él era ya un muy reconocido y valorado periodista. A nivel personal, la verdad es que desde el principio nos caímos muy bien, una estima mutua que a partir de aquel instante se mantendría inalterable a lo largo del tiempo.

A diferencia de mí, él se había iniciado muy joven en el periodismo, una vocación que inicialmente compaginaba además con la literatura, publicando excelentes cuentos en diarios y revistas. José María escribía muy bien, tanto, que incluso el maestro Camilo José Cela le animó en su momento a que se dedicase en exclusiva a las obras de ficción. En ese sentido, recuerdo que en cierta ocasión me comentó que lamentaba no haber hecho más caso a Cela en este punto.

Aun así, creo que la trayectoria estrictamente periodística de José María fue un ejemplo para muchas personas. También para mí.

Esta profesión es maravillosa, pero también un poco puñetera, no tanto por su propia naturaleza en sí, que también, sino porque a menudo pueden contarse con los dedos de una mano los compañeros de fatigas que en cada medio de comunicación reúnen la doble condición de ser al mismo tiempo buenos periodistas y buenas personas.

José María sí reunía ampliamente esa doble condición. Por ese motivo, agradecía yo siempre tanto cada palabra suya de apoyo o de reconocimiento, por ejemplo cuando empecé a publicar 'Los duendes de la ciudad' en Última Hora, una columna de opinión diaria por la que él sentía un aprecio muy especial.

Otra circunstancia que también nos unía a ambos era que durante algún tiempo José María y yo pasamos por algunos vaivenes personales y laborales comunes algo complicados, que por fortuna finalmente logramos superar por completo.

José María se había jubilado recientemente. Alguna vez coincidíamos aquí o allá de forma inesperada cuando salíamos a pasear por Palma. Lo que más me gustaba de esos encuentros era que siempre nos parábamos para charlar y que lo hacíamos con la misma complicidad que siempre. La última vez que le vi fue en las Avenidas, poco antes de Navidad. Iba con su nieto, al que adoraba con locura. Fue un reencuentro muy bonito.

Yo quería mucho a José María, le quería de verdad, y hoy pienso que en más de una ocasión no estuve a la altura de lo que seguramente él esperaba de mí como persona y también como amigo.

Debería de haberle llamado más. Debería de haber quedado más con él. Debería de haberle dicho muchas más veces lo mucho que le apreciaba y le valoraba. Pero no lo hice. Y hoy siento por ello aún más dolor dentro de mí.

En el sendero de la vida, todos los seres humanos acabamos recorriendo invariablemente un mismo camino, siempre idéntico en su principio y en su final, aunque las rutas que podamos surcar sean distintas o nuestras travesías no coincidan en el espacio o en el tiempo.

Por eso escribimos también a veces, para dar las gracias, honorar y recordar a quienes nos precedieron. Y también para intentar compensar con nuestras sentidas y sinceras palabras todo lo bueno y enriquecedor que personas como mi gran amigo José María siempre nos ofrecieron.

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
2 comentarios