Una marea humana ha asaltado la sede de Blackrock en París. No hagan caso a lo que nos cuentan en televisión. Eso no tiene nada que ver con que se suba la edad de jubilación de los 64 a los 66 años, medida adoptada por el gobierno francés.
El presidente de Francia, Emmanuel Macron, es uno de los principales esbirros de la Agenda 2030 y, como alumno aventajado, al igual que Justin Trudeau en Canadá, están tensando demasiado la cuerda contra su población. Sus medidas están oprimiendo a la clase media y a la baja, a costa de pérdida de libertades.
Empezaron los camioneros en Canadá, siguieron los granjeros holandeses y belgas y ahora ha llegado el turno de los franceses. Y, por lo visto a lo largo de la Historia, cuando los franceses se levantan, la lían de verdad.
Blackrock es junto a Vanguard dueño de casi todo y son la mano visible de las élites que pretenden poseerlo y controlarlo todo. Aun así, nos dicen en la cara que seremos felices.
Los franceses han dicho basta y han asaltado la sede de Blackrock en París. El pueblo francés pide menos medidas opresoras y más libertad.
En España somos más tranquilos pero también se respira descontento.
Pedro Sánchez, está alineado con la doctrina de las élites globalistas. Y ejecuta sus mandatos a base de decretos ley, saltándose así el espíritu de la separación de poderes. El gobierno está abusando de esa técnica cuando es una prerrogativa que corresponde a las Cortes Generales.
Pedro Sánchez es el presidente que, con diferencia, ha firmado más decretos leyes en la democracia. No lleva ni cinco años en el poder y ya es líder en creación de nueva normativa a base de decretos. Y eso que antes de llegar al poder dijo que limitaría su uso porque era una herramienta que “hurtaba a las Cortes Generales su función”. Otra que nos ha colado.
Su gobierno ha promulgado un total de 138 decretos. Para poner en contexto esta cifra hay que tener en cuenta que el segundo en el ranking fue el también gobierno socialista de Felipe González, pero éste alcanzó la cifra de 129 en trece años de gobierno.
Pedro Sánchez aprueba un decreto ley cada 12 días. Felipe González lo hacía cada 38 días. Sánchez triplica la cifra de Felipe González.
Y ya les digo que pocos de los decretos ley aprobados por Pedro Sánchez otorgan más libertades. Al contrario, la mayoría las restringe.
Ante esta toma de la sede de Blackrock en París han salido a tropel los críticos con el capitalismo y el neoliberalismo viendo una rememoración de la toma de la Bastilla en 1789.
No caigamos en la trampa. Esto no va de la lucha obrera ni de la lucha de clases. Ni de que el capitalismo sea nefasto para los trabajadores. El capitalismo defiende la propiedad privada y la inversión en capital para la generación de riqueza y está demostrado que, con el uso de la maquinaria y la tecnología, junto a la mano de obra, los países son más ricos y generan más empleo y bienestar.
El neoliberalismo promulga la intervención mínima del Estado y defiende el libre mercado.
Lo que propugna el Foro de Davos es todo lo contrario. Es una menor libertad para los ciudadanos y un mayor control para las élites. Blackrock es el exponente más claro del “no poseerás nada y serás feliz”.
Desde Davos se nos recomienda: cuántas calorías podemos comer, qué tipo de alimentos nos convienen, cuánta ropa debemos comprar y en qué radio vamos a poder movernos en nuestras ciudades. Si aumentan su poder, estas recomendaciones se convertirán en obligaciones. La excusa para tanto control la pueden buscar donde quieran. Es lo de menos. Será por el cambio climático o por la llegada de otra pandemia.
Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo, habla de un euro digital que controlará nuestros comportamientos y eliminará nuestra privacidad. Así lo ha sincerado en una conversación telefónica ante unos humoristas que se hacían pasar por Zelensky. El gobierno podrá conocer todos nuestros ingresos y todos nuestros gastos. Y podrá (y si puede, lo hará) premiar o castigar comportamientos que considere no aptos.
Ese control es neocomunismo. Es una réplica del crédito social instaurado en China. No caigamos en la trampa de culpar al capitalismo ni de que estamos ante lucha de clases. Estoy seguro de que en las calles de Francia no solo hay gente trabajadora o en paro. También hay pequeños y medianos empresarios o una clase media que han visto erosionadas sus libertades y maltrechas sus economías y han dicho basta. Los límites de las clases sociales están más difuminados que nunca. Apenas existe ya la clase media y el poder mundial se lo están arrogando unas pocas corporaciones que controlan todos los sectores.
La pandemia ha hecho mucho daño a la economía de los trabajadores y también a la de pequeños y medianos empresarios. Muchos negocios han cerrado y los que no han tenido que endeudarse hasta las trancas.
La pérdida de libertades que conllevan los decretos que emite un gobierno “socialista y obrero” como indican las siglas del que tenemos en España o las que anuncia Lagarde con el euro digital afectan a trabajadores y a empresarios, a la clase baja y a la clase media. Incluso a la clase alta.
La lucha de clases no tiene nada que ver con el nuevo paradigma que se propone desde Davos. Vamos hacia un reseteo económico que impulsan unos mandatarios globales que no han pasado por ningún proceso democrático.
“Lo que ocurre en Francia, pronto se trasladará a otros puntos del planeta porque no están dando tiempo a que la población digiera tantas restricciones. Son demasiados recortes en muy poco tiempo. Parece como si hubieran puesto el acelerador o se han venido arriba tras haber encerrado la población un planeta con cierta facilidad. Las prisas son malas consejeras, hasta para las élites. No les queda mucho tiempo, 2030 está a la vuelta de la esquina. Pero, como en Casablanca, siempre nos quedará París.”