Felices Sueños
domingo 01 de enero de 2023, 04:00h
Una vez jugando al fútbol le tiré un sombrero a un contrario. No fue difícil, porque el balón ya venia botando y solo tuve que levantar la pelota un poco para pasarla por encima del defensa y llevármela con un toque de cabeza. Lo gracioso fue hacerlo con ocho o nueve años. Lo sé porque aún jugaba a futbito en los Corazonistas de Vitoria y mi entrenador era el Hermano Víctor, que fue quien me recordó la jugada unos años más tarde.
Poco después de aquel partidillo vi en la tele a un chaval que había hecho lo mismo a los diecisiete años, pero en blanco y negro y dos décadas antes. De acuerdo, Pelé se inventó esa virguería en la final de un Mundial y a mi me salió de churro en el patio del colegio, pero en mi opinión esa era un diferencia insignificante. Si yo había sido capaz de ejecutar ese gesto siendo una década más joven que Pelé, esa precocidad era la prueba irrefutable de que seguiría los pasos de O Rei. Así que durante unos meses me hice del Cosmos, porque no podía ser casualidad que el club neoyorkino en el que se retiró el astro brasileño vistiera de blanco como el Real Madrid.
Los ídolos de la infancia se ven derrotados por los de juventud, porque de los segundos conservamos más detalles y no precisan de ayudas para el recuerdo, como la del Hermano Víctor. Maradona jugó menos que Pelé, ganó menos títulos y marcó menos goles, pero toda su carrera fue en color para los aficionados de mi generación. Pelé fue el ídolo de juventud de mi padre, y eso siempre plantea un dilema. Pero un día vi al argentino de cerca, calentando en San Mamés con las botas desatadas y dando toques a una pelota de papel de aluminio, y ese día se acabó el dilema. Por fortuna los años nos enseñan que no siempre es necesario elegir. Ahora que se ha ido Pelé, este fin de semana he vuelto a ser del Cosmos, y del Santos.
Años después de mi hazaña futbolística infantil, ya adolescente gané el concurso de redacción de Coca-Cola. Entonces abandoné los regates de Maradona por El lobo estepario de Hermann Hesse, El guardián entre en el centeno de Salinger y alguna cosa de Cortázar. Me retiré como estrella mundial del fútbol y me hice escritor. En realidad no escribía, pero tampoco había ganado antes ninguna Copa de Europa, así que la carencia absoluta de producción literaria suponía un detalle irrelevante a la hora de considerarme un autor en potencia.
Enrique Vila-Matas me confirma en su último libro que no estaba tan loco. Cuenta en Montevideo que se fue a París muy joven soñando con emular a Hemingway, pero al llegar allí decidió dejar de escribir. Cuando lo comunicaba a sus conocidos todos le contestaban entre risas lo mismo: ¡pero si tú no escribes!. Mi caso fue exactamente igual, y que Vila-Matas sea uno de los escritores más brillantes en lengua castellana del último medio siglo y yo un columnista de provincias no resta un ápice de cordura a mis ensoñaciones.
Uno no hace daño a nadie jugando a ser Pelé, Maradona o Philip Roth, ni a los diez, ni a los veinte ni a los cincuenta años. Soñar a lo grande es una manera sana de canalizar las pasiones, algo que resulta encomiable en niños y jóvenes pero que en la madurez comienza a tener peor prensa. A mí me parece un error, porque no hay mejor combustible para superar los obstáculos que una dosis de entusiasmo moderado en cada reto que nos planteamos, o que nos plantea la vida. Y estaremos de acuerdo en que esas dificultades se presentan hasta el último día que respiramos.
En una entrevista reciente Vila-Matas reivindicaba “una elegancia en el fracaso, en el malditismo al que muchos aspirábamos de jóvenes, pero claro, uno no puede fracasar todo el rato, si no sería un chiste”. Constatado mi fracaso recurrente como futbolista y escritor, he decidido que este 2023 que hoy comienza voy a triunfar siguiendo los pasos de Sir Edmund Hillary, Walter Bonatti y Reinhold Messner, no necesariamente por este orden ni a su ritmo de escalada. A fin de cuentas, qué es el alpinismo sino gente ordinaria, como yo, haciendo cosas extraordinarias, como las que hicieron ellos. Feliz Año, y felices sueños.
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