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La ola

miércoles 20 de julio de 2022, 08:43h

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Ni George Orwell ni el inolvidable Mariano Medina llegaron nunca a imaginar que en el siglo XXI los seres humanos seríamos controlados por la información meteorológica, pero así es.

Hemos convertido el clima en un espectáculo más. Exigimos que los meteorólogos predigan con la exactitud de un GPS el lugar y la hora en que caerán tres gotas de barro y arruinarán nuestros complejos cálculos para decidir cuándo teníamos que haber llevado el coche al túnel de lavado (inevitablemente, el día anterior a que llueva polvo sahariano).

Por no hablar de los avisos y las alertas. El calor y el frío extremos matan, pero también lo hacen la ansiedad y el estrés de una sociedad que se levanta a diario escuchando qué maldita calamidad se cierne sobre nosotros y el color que los expertos le han asignado. Hoy estamos en alerta naranja por un frío pelón y mañana puede que los alérgicos al polen tengan que quedarse en su casa porque ya es primavera en el Corte Inglés. Teman, padezcan, tiemblen, que acojonaditos somos más sumisos.

El exceso de información nos hace más infelices, sin duda. Si a ello unen que en este país lo que pasa en la capital es lo que supuestamente nos sucede a todos, pues entonces se comprende bien por qué llevamos más de una semana hablando de ola de calor cuando en Palma raramente se han superado estos días los 34 o 35 grados.

Las grandes agencias de información están en Madrid, a ver si se enteran de una vez, y el que se asa es el currito de la agencia encargado de teclear el tiempo, de manera que cuando va a recoger su vehículo aparcado al sol en una calle de Moratalaz -es un decir- y se asa vivo a 45 grados, ya me dirán ustedes qué cojones va a escribir el plumilla cuando llegue a la agencia: Alerta roja, toda España se achicharra. Y, encima, nos lo repite cada día cual llamada a la oración. ¡Arrepiéntanse!, ¡hoy hará más calor y, encima la sensación será diez grados superior!. Nuestro predicador mesetario no hace más que aplicar la máxima aristotélica de o jodemos todos, o la puta al río, con perdón para los sensibles.

Recuerdo, porque esa sí fue una inusual ola de calor, el verano de 2003 en un lugar supuestamente fresco de nuestra ciudad como es Son Rapinya. Me pasé semanas encerrado en casa con el aire acondicionado a todo trapo sin atreverme siquiera a pisar el jardín. Hizo un calor espantoso, que además comenzó muy pronto. Pero de eso ya no se acuerdan quienes esta mañana anunciaban con un cierto orgullo que hemos vuelto a batir un récord, el de la ola de calor más larga desde que hay registros. Al encargado de esos registros me gustaría a mí decirle cuatro cosas a la cara.

Estamos en plena ola, sí; en plena ola de verano, para ser más exactos. Encima, hoy en Santa Margalida, con la mala fama termométrica que tiene la antioqueña.

Pero bien mirado, murió mártir y virgen, y además es patrona de las embarazadas, así que tampoco me extraña que pasase sofocos y nos los quiera endosar ahora a todos como venganza.

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