No, no es una condena, es el tiempo que hace que servidor colabora con Mallorcadiario. Cosas buenas de las redes sociales, el domingo mi muro me recordaba que hacía diez años que empecé a escribir en mi primer medio digital, sin duda el más influyente de Balears.
Esta humilde efeméride me sirvió para reflexionar acerca de la necesidad que tenemos cuantos escribimos con asiduidad de desnudarnos ante el respetable.
Los letraheridos -catalanismo incorporado en 2014 por la RAE a su diccionario- somos gente peculiar, enfermos de esa extraña pasión por juntar palabras, y también por leer las que otros juntan. No se puede escribir sin ser un voraz lector. Y tampoco, si no te interesa lo que sucede a tu alrededor, así que cada mañana me desayuno deglutiendo dos diarios -de los de papel- antes de comenzar mi jornada y luego, a lo largo del día, picoteo mientras trabajo o hago la pausa del almuerzo en la prensa digital. La curiosidad mató al gato; a mí me mantiene vivo.
Y aunque supongo que uno escribe para que los demás lean sus reflexiones, sus enojos y hasta sus desvaríos, lo cierto es que no deja de sorprenderme que de vez en cuando alguien me recuerde, en lugares y ocasiones de lo más diverso, algún artículo, o me diga aquello tan inquietante y a la vez halagador de “te sigo”. Es reconfortante, pero mentiría si dijera que escribo por ustedes.
No, el escribidor es un ser esencialmente egoísta que vomita pensamientos para su alivio personal. Si encima eso gusta al prójimo, miel sobre hojuelas.
Resulta difícil explicar el inestable equilibrio que se establece -cuando uno se compromete a escribir regularmente en un medio- entre la obligación, la rutina, la tensión y el placer. Cada columna es un parto. Me imagino entonces en la idílica situación de quien escribe sin necesidad de buscar huecos en su agenda o en su diario quehacer profesional, como nos sucede a casi todos los colaboradores de opinión, guerrilleros de la palabra. Pero, en el fondo, debo reconocer que me apasiona escribir contra el reloj, al borde del cierre, con la actualidad fresca, recién pescada. Siempre digo que fui cocinero antes que fraile y que el asumir la obligación de escribir en la prensa escrita con apenas veintiún años, siendo un barbilampiño estudiante de Ciencias de la Información, me marcó el carácter y moldeó para siempre la manera que tengo de enfrentarme al teclado, casi nunca pacífica.
Luego, es igual que uno se haya dedicado, como en mi caso, a la abogacía, o a la medicina o a la fontanería. Cuando el bicho te ha picado, ya eres un enfermo crónico.
Hoy me disculparán si en lugar de un análisis, les he ofrecido un aburrido psicoanálisis.