Del guantazo en la gala de los Oscars ya está todo escrito. A partir de un calentón injustificable se han expuesto sesudas teorías que explican milenios de violencia masculina. Y no solo contra sus semejantes, sino también contra otros seres sintientes por esa funesta manía de cazar que arrastra el macho desde los tiempos en que había que comer pero no existía Mercadona. De todo se la leído por ahí. La cosa parece un poco más sencilla: se comete un error y se paga un precio, que no está siendo barato en el caso de Will Smith.
Da pereza detenerse a explicar la diferencia entre comprender y justificar, pero como mínimo uno ha de sincerarse. Alguna bofetada he soltado, pocas, y también he recibido, menos. La vida misma para los que nacimos antes de inaugurarse este mundo perfecto en el que todo el mundo dialoga y nadie pierde los papeles. Mi caso parece el contrario al del humorista Chris Rock, que fue víctima de burlas y acoso en su infancia. Según contó en un programa de televisión una mañana se hartó, se fue a casa, metió un ladrillo en su mochila y golpeó con ella al otro chico en la cara. Luego lo pisoteó en el suelo al “estilo Joe Pesci, hasta el punto de pensar que podría morir”.
Aquel fue el último día de bullying en la vida de Chris Rock. La violencia no es el camino, pero en ocasiones señala un trayecto más corto. Años más tarde el cómico confesó a su psiquiatra que aquel arrebato de ira le había dado miedo, y quizá sea ese el motivo por el que hoy, en lugar de patear cabezas, se venga de sus enemigos soltando en público burlas ad hominem hirientes sin ninguna gracia.
Chateaubriand decía que la ambición para la que no se tiene talento es un crimen. En ese sentido, cabría considerar la prisión permanente revisable para algunos personas que se ganan la vida haciendo chistes. Hace siglos, el bufón de la corte real pasaba por tonto. Pero un día a los poetas se les ocurrió tenerlos por personas sabias y ocurrentes. Esta generalización abrió la puerta a la medianía. El arte -y el verdadero humor es arte- no puede convertirse en la excusa para la barra libre de un mediocre, sea monologuista, rapero o dibujante. La sátira no existe sin inteligencia, pero hoy el más tonto se cree capaz de hacer reír, o peor aún, de “mover a la reflexión”.
Quedarse calvo antes de tiempo es una faena, aunque en términos generales los hombres lo aceptamos con cierta naturalidad. Sea o no culpa del heteropatriarcado, lo cierto es que para una mujer resulta más doloroso, incluso siendo guapa y millonaria. Puede acudir a Instagram y tratar de convertir el problema en oportunidad, pero la enfermedad persiste y el pelo sigue sin aparecer cada mañana frente al espejo.
Apelar a secas al mal gusto de una chanza sobre el padecimiento de una persona es una manera de restarle importancia, pero hace siglos que Sthendal advertía que el mal gusto conduce al crimen -de nuevo el crimen- en la acepción que recoge la RAE como “acción indebida o reprensible”. Si no hay límites fuera del Código Penal y todo queda bajo el paraguas de la libertad artística, el año que viene el “talento” de otro cómico podría enfocarse hacia una actriz mastectomizada allí presente: “estás buena, tía, pero te faltan tetas”. ¿Por qué no? No sería nada personal, solo negocios, protegido al autor de la zafiedad por decenas de cámaras y el deber de aguantar sonriendo de los presentes. De momento Will Smith está fuera de la Academia de Hollywood, y a Chris Rock le están saliendo más bolos que nunca en su carrera.
Los efectos de esta plaga de torpes que se creen maestros de la pulla no se limitan a California. En Palma se ha expuesto con dinero público una viñeta infantiloide que ridiculiza la labor de los jueces en su lucha contra la violencia de género, al representar a uno mofándose de una mujer maltratada. La han retirado ante el bochorno generalizado, pero en su defensa hemos tenido que leer que se estaba “censurando una obra de arte”. ¿No sería más sencillo reconocer que, salvo que seas un genio, es delicado hacer bromas sobre algunos asuntos, como las enfermedades ajenas o la violencia de género?
Los más finos analistas han concluido que del cachetazo a mano abierta al asesinato solo median dos pasos porque Will Smith empleó en su defensa la misma disculpa que se esgrime en los crímenes pasionales, cuando dijo que “el amor te hace cometer locuras”. De este tipo de enajenación mental lleva siglos ocupándose la literatura, pero poco se ha escrito sobre todas estas lumbreras a las que se les va la pinza ofendiendo con la excusa del humor.