El título de este artículo lo he tomado de alguna crónica, comentario o editorial que he leído en estos últimos días, desde la invasión rusa de Ucrania, no recuerdo dónde ni de quién debido a la inmensa cantidad de información que mi cerebro ha acumulado en tan poco tiempo, procedente de prensa, radio, televisión y redes sociales, estas últimas en ínfima proporción, ya que no soy en absoluto partidario de informarme por medio de ellas, puesto que considero que no son fiables y que es necesario demasiado esfuerzo intelectual e invertir mucho tiempo para discernir lo que es fiable de lo que no.
En esencia, se trata de una guerra de agresión de un país hacia un vecino con justificaciones falsas e inventadas, que son repetidas sin cesar por la propaganda oficial del estado agresor y cuya auténtica causa descansa en las pulsiones imperialistas y expansionistas de la potencia invasora y en lo que considera su esfera de influencia y su franja protectora de seguridad.
Son varios los análisis que se vienen haciendo estos días sobre las semejanzas y paralelismos de la actuación de la Rusia de Putin en los últimos años y la de la Alemania de Hitler en los años 30 del siglo pasado. El resentimiento de la sociedad alemana por las condiciones draconianas impuestas tras el final de la Primera Guerra Mundial por el Tratado de Versalles condujo a la ascensión de Hitler al poder, que se dedicó de inmediato al rearme del ejército alemán e inició su expansión con el objetivo manifestado de unificar a todos los alemanes en un solo estado.
Empezó anexionando Austria en 1938, el Anschluss, después de un referéndum irregular en el que es cierto que ganó el 'sí' con más del 90 % de los votos, pero en el que se retiró el derecho a voto a muchos ciudadanos, especialmente a los judíos. A continuación, invadió Checoslovaquia en marzo de 1939, bajo la excusa de proteger a la población alemana de los Sudetes; y el 1 de septiembre del mismo año, después de un pacto con la Unión Soviética, invadió Polonia con la excusa de que Varsovia no le dejaba conectar los territorios alemanes de Pomerania y Prusia Oriental a través del corredor de Gdansk (Danzig en alemán), lo que dio inicio a la Segunda Guerra Mundial.
En Rusia, Putin llega al poder después de Yeltsin, en una Rusia resentida por el desmembramiento de la Unión Soviética y la expansión de la Unión Europea y la OTAN a lo que los rusos consideran su esfera de influencia, la Europa centrooriental. Durante años, se dedica a rearmar y volver a convertir a su ejército en una maquinaria bélica muy poderosa y a solucionar conflictos internos, en particular el independentismo de Chechenia.
Consigue el dinero necesario mediante la explotación masiva y la exportación de sus inmensos recursos naturales, sobre todo gas y petróleo, y también minerales, como níquel, paladio, platino y aluminio, entre otros. En el caso del gas, además, consigue que una gran parte de Europa sea dependiente, en gran medida, del suministro ruso.
Y, a continuación, empieza a intervenir en lo que considera su área de influencia, promoviendo la independencia de Abjazia y Osetia del Sur de Georgia en 2008, la independencia y posterior incorporación a Rusia de Crimea en 2014, y, el mismo año, el inicio de la rebelión de las provincias ucranianas de Donetsk y Lugansk, que ha acabado con su reconocimiento como repúblicas independientes hace unas semanas, justo antes del comienzo de la invasión del resto de Ucrania.
Los paralelismos son evidentes y parece claro que la agresión a Ucrania es una guerra del siglo XX, pero se está utilizando una tecnología del siglo XXI, con componentes de guerra híbrida, de ciberguerra y el uso de drones, aviones no tripulados y bombardeos a distancia con misiles.
Parece claro que Putin creía que sería una guerra muy corta, como en Georgia, en 2008, que en tres o cuatro días llegaría a Kiev y conseguiría la rendición de Ucrania. No está claro hasta qué punto se cree sus propias mentiras y su propaganda y podía llegar a pensar que los ucranianos, al menos los de origen ruso y los que hablan ruso, recibirían a su ejército como libertadores.
La realidad ha sido muy diferente y la resistencia del ejército y de los ciudadanos ucranianos está siendo feroz y heroica. Ante este hecho, parece que Putin se ha decantado, al igual que hizo en Chechenia y en otros conflictos, por la doctrina militar de "conmoción y pavor", consistente en ataques brutales e indiscriminados (tierra quemada) que provoquen el pánico en la población y conduzcan a su rápida rendición (Shock and Awe: achieving rapid dominance, Harlan K. Ullman & James P. Wade, NDU Press Book, Washington, 1996, citado por Lawrence Freedman en “La Guerra Futura”, pág. 404, editorial Crítica, 2019).
Pero no está claro que vaya a conseguir su objetivo con la rapidez esperada. Los ucranianos parecen dispuestos a resistir a toda costa. Por otro lado, como bien escribió hace unos días Ariel Torres en el diario 'La Nación', Putin podría estar ganando la guerra del siglo XX, pero perdiendo la del siglo XXI. Aunque Rusia dispone de un importantísimo departamento de ciberguerra, como bien sabe la propia Ucrania, que ha sufrido repetidos y graves ciberataques que han comprometido temporalmente importantes infraestructuras civiles del país, el poder ruso parece no haber calibrado en toda su importancia los perjuicios para la propia Rusia de quedar excluida de las redes informáticas globales.
Prácticamente todas las empresas importantes en el mundo de internet han dejado de operar, suministrar o difundir en, hacia y desde Rusia, que corre el riesgo de quedar desconectada del resto mundo interconectado, con las gravísimas consecuencias que ello tendría para su economía y para sus ciudadanos.