Imaginemos por un momento que el parlamento de Copenhague aprobara una moción en la que se instara al gobierno danés a reconocer la independencia de Schleswig Holstein de Alemania, a fin de proteger a la minoría danesa de ese Land alemán y con el objetivo indisimulado de acabar anexionándolo a Dinamarca. O que el parlamento de Estocolomo votara una resolución similar, instando al gobierno sueco a reconocer la independencia de las islas Åland de Finlandia, cuyos habitantes son de lengua y cultura suecas, con la excusa de protegerlos y, en último término, incorporarlos a Suecia. O que el parlamento francés hiciera lo mismo, animando al presidente de Francia a reconocer la independencia de la Val d’Aosta de Italia, cuya población es de lengua y cultura francesas, concretamente su idioma nativo es el arpitano, lengua galorromance al igual que el francés, que se habla también en la Suiza francófona y en zonas limítrofes de Francia, pero que ha sido sustituido de forma masiva por la lengua francesa.
Todos pensaríamos que sería una locura , una injerencia inaceptable en un estado vecino y un acto contrario a la ley internacional y a las relaciones de buena vecindad.
Pues es exactamente eso lo que hecho el parlamento ruso, la Duma, donde no se aprueba una sola resolución sin el consentimiento del presidente Putin, cuyo partido Rusia Unida dispone de una mayoría apabullante. La Duma ha “instado” al presidente a reconocer la independencia de las autoproclamadas repúblicas de Donetsk y Lugansk, dos pequeños territorios de la región del Dombás en el este de Ucrania, cuya población es en su gran mayoría de origen ruso, que mantienen un conflicto armado con Ucrania de la que pretenden independizarse para unirse a Rusia.
La rebelión de ambas provincias se produjo en 2014, a continuación de la anexión de Crimea por parte de Rusia y los rebeldes contaron, y siguen contando, con la ayuda militar rusa, sin la que no podrían haber mantenido la porción de territorio que dominan frente al ejército ucraniano. No controlan la totalidad de las provincias de Dontesk y Lugansk, solo aproximadamente la mitad de cada una, las zonas orientales que hacen frontera con la Federación Rusa.
Desde el principio ha estado muy clara la injerencia rusa y la voluntad de desestabilizar Ucrania, pero se ha producido el efecto contrario, la sociedad ucraniana se ha cohesionado con independencia de la lengua que hable, ucraniano o ruso. Un ejemplo muy claro lo encontramos en la de ciudad de Járkov, la segunda ucraniana por población, capital de la provincia del mismo nombre, limítrofe con Lugansk y con Rusia, de mayoría rusófona, que cuando estalló el conflicto en 2014 se llenó de banderas rusas y estuvo de unirse a la rebelión. Ahora, siete años después, hay banderas ucranianas y la mayoría de la población afirma que se defenderán en caso de invasión del ejército ruso. Es más, en Járkov hay miles de refugiados procedentes de las zonas rebeldes, que afirman mayoritariamente que no volverán en caso de que sean anexionadas por Rusia.
Una invasión rusa de Ucrania a gran escala sería muy costosa para el Kremlin, en términos económicos y de vidas humanas y no es probable que pueda que mantener la ocupación durante mucho tiempo ante una resistencia encarnizada de los ucranianos, aparte de los tremendos costes para su economía de las sanciones que los países occidentales impondrían. Con el tiempo, podría anexionarse Donetsk y Lugansk y quizás el litoral del mar de Azov de Zaporizia y Jerson, las dos provincias al sur de Donetsk, con lo que conseguiría continuidad territorial con Crimea y retirarse del resto de Ucrania.
También podría optar por una intervención limitada encaminada al mismo objetivo final, anexionarse el Dombás y conseguir la conexión terrestre con Crimea, así como dominar la totalidad del mar de Azov.
Pero ¿compensaría ese movimiento el enorme coste económico y de prestigio, así como la oposición de parte de la propia ciudadanía rusa, que no entendería una guerra de agresión a Ucrania, por mucho que la disfrace la propaganda del gobierno?
Parece una victoria pírrica, que causaría mucho más perjuicio que beneficio, tanto a nivel internacional como también doméstico, así que muchos analistas se preguntan qué busca exactamente Putin con todo este episodio prebélico, ya que si lo que pretende es garantizarse un área de influencia y que Ucrania no entre nunca en la OTAN podría conseguir precisamente todo lo contrario. Si no puede mantener una ocupación y una anexión de la totalidad del territorio ucraniano y solo consigue anexionarse el Dombás, está claro que perderá el resto de Ucrania para siempre y que los ucranianos solicitarán, y probablemente conseguirán la adhesión a la UE y a la OTAN, con lo que habrá logrado tener la OTAN a la puerta de casa, que es lo que quiere evitar con auténtica obsesión.
Algunos analistas opinan que no puede descartarse que Putin haya entrado en una deriva obsesivo-compulsiva, que podría llevarle a tomar decisiones insensatas, pero la imagen que vemos en las apariciones televisivas en estos días dan a impresión más bien de una persona fría y calculadora que maneja muy bien los tempos. Otros opinan que todos los movimientos militares rusos, incluidas las maniobras conjuntas con Belarus, son una coreografía amenazadora para conseguir sus objetivos diplomáticos y estratégicos.
Por desgracia, todo está pendiente de su decisión y solo él nos sacará de dudas cuando lo considere conveniente.