El tipo de pan que más me gusta en estos últimos años es sobre todo la baguette. Que nadie se me enfade, por favor, pues me gustan también mucho el pan moreno mallorquín y los tradicionales llonguets —como buen palmesano—, pero reconozco que tengo una querencia especial por la popularísima variedad de pan originaria de Francia.
Por ello, estoy seguro de que entenderán muy bien la sensación de profunda tristeza que me invadió el pasado martes por la tarde, cuando fui a mi supermercado habitual y vi que se habían acabado las baguettes. Seguramente, tenían previsto reponerlas de inmediato, y además había muchas otras variedades de pan en los estantes, pero he de reconocer que en ese momento me hundí anímicamente casi por completo. Yo sólo quería comprar mi querida baguette, a poder ser crujiente, suave y recién horneada.
En aquel instante me sentí un poco como aquella chica que, en una de las mejores secuencias de Cosas que nunca te dije, lloraba desconsoladamente sobre un estante acristalado del súper porque se habían acabado las existencias de su helado favorito, el «capuccino commotion». Había en el interior de ese estante decenas de tarrinas de helado de distintos sabores, pero esa chica sólo quería comprar el «capuccino commotion». En esa misma secuencia, dicha joven declinaba la amable recomendación que le hacía justo entonces otra clienta, que al verla llorar le proponía que intentase probar en su lugar el «chocolate chocolate chip».
Esa segunda clienta era Ann, la protagonista de esta excelente película de Isabel Coixet, que poco después vivía en el filme una situación parecida. Así, tras un profundo desengaño amoroso, Ann acudía rápidamente a un súper situado junto a su casa para intentar comprar una tarrina de «chocolate chocolate chip», desesperándose igualmente por completo cuando descubría que no quedaba ni una sola tarrina de ese sabor en el local. Viendo Cosas que nunca te dije, resultaba imposible no empatizar con la aflicción de ambas chicas, cuya reacción entendíamos muy bien la mayor parte de espectadores.
Si en mi caso no me eché a llorar el pasado martes por la tarde en el súper fue un poco por pudor y por no acabar llamando la atención del vigilante de seguridad. Así que me recompuse como pude, me ajusté la mascarilla y salí con la mayor dignidad posible del establecimiento, sin por supuesto haber comprado ninguna otra variedad de pan. Cuando se lo comenté a mis amigos, me dijeron que había tenido tal vez una reacción algo exagerada, pero yo sé que muchos de ustedes me entenderán perfectamente.
Viviendo en un mundo que en ocasiones parece ir desmoronándose poco a poco o en el que resulta cada vez más difícil que pueda haber buenas noticias, lo único que le pedimos a veces a la vida es sólo poder disfrutar de pequeños instantes de felicidad, vinculados no pocas veces a determinados alimentos. En mi caso, sigo suspirando cada día por una baguette calentita y recién hecha, aunque no sé si pronto empezaré a suspirar también por varias tarrinas diarias de «capuccino commotion» o de «chocolate chocolate chip» como posible suplemento anímico algo más potente y completo.