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Insulso discurso real

viernes 31 de diciembre de 2021, 05:00h

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Como el turrón, la sopa de ‘galets’, el cava y las reuniones familiares, el discurso navideño del Rey pertenece a la liturgia navideña. Recuerdo mis tiempos de juventud en los que escuchar la alocución del monarca era poco menos que una cita ineludible cada Nochebuena. Entraba en el ritual de esa noche de reencuentro familiar. Antes de cenar, tocaba escuchar al Rey.Y lo hacía toda la familia, en silencio, prestando atención a las palabras del jefe del estado. Su discurso tenía una relevancia social que ahora no tiene. Eran otros tiempos.

Entonces, el Rey y la Monarquía gozaban de una reputación y una trascendencia que nadie discutía. Era la década de los ochenta, donde una tierna democracia necesitaba referentes para mirar con ilusión al futuro y la institución monárquica era la principal señal de modernización, apertura y pluralidad del país. Juan Carlos era un Rey joven, simpático, entrañable, que incluso incitaba adhesiones en la ardua tarea de consolidar la democracia.

Cuarenta años después, el discurso navideño del Rey lleva camino de convertirse en un anacronismo, que pasa desapercibido para la inmensa mayoría de la sociedad, salvo para las formaciones políticas que, a falta de ideas y propuestas que ofrecer a la sociedad, tienen la excusa ideal para hacer sus respectivas valoraciones. Porque de todo tienen que opinar, hasta de las insulsas palabras del Rey.

Que un anuncio de una conocida marca de alimentación protagonizado por Karra Elejalde tenga casi más repercusión y sea más visto que el mensaje de Felipe VI debería hacer reflexionar a Zarzuela sobre el fondo y la forma de las apariciones del Rey en Nochebuena. Quizá ya no sea necesario que deba salir ese día, ni tan siquiera que salga. Quizá haya que explorar nuevas propuestas para captar la atención de la gente y recuperar la maltrecha imagen de la institución. Quizá un reportaje o una pieza bien guionizados resulten mucho más atractivos a la hora de trasladar un mensaje y conectar con el ciudadano.

Seguir haciendo lo mismo que hace 40 años no tiene ningún sentido, porque ni las circunstancias históricas, ni los protagonistas, ni el prestigio de la institución, ni los ciudadanos son los mismos. Todo ha evolucionado. Y la Monarquía también debería hacerlo o al menos intentarlo, si quiere recuperar parte de la empatía de la que gozó en tiempos pasados. Un señor, por muy Rey que sea, sentado y leyendo en una pantalla las mismas frases de cada año es un plato de muy difícil digestión.

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