¿Qué razones o motivaciones le han impulsado a escribir una historia sobre el Lluís Sitjar?
Era una especie de deuda histórica debido a la estrecha vinculación familiar con el añorado estadio. En principio, quería abarcar en el libro desde su inauguración, en 1945, pero finalmente me decanté por centrar el texto a partir de mediados de los setenta, que es cuando mi abuelo Tomàs Jaume llegó al club. Eso sí, con numerosos guiños al pasado más remoto, como pueden ser el paso de Ramallets por el club o el homenaje a Ernesto Domínguez con el Manchester United de Bobby Charlton. El objetivo de esta publicación es fomentar el mallorquinismo entre los más jóvenes, que no tuvieron la suerte de disfrutar del recinto deportivo más importante de nuestra comunidad. Y también recordar a todos aquellos, muchos de ellos olvidados, que aportaron su granito de arena sin esperar nada a cambio. Gracias a ellos, y a su amor por unos colores, el RCD Mallorca está hoy donde está. Y es que sin ellos, simplemente, el club hubiera desaparecido.
¿Qué encontrará el lector que se adentre en el contenido de este libro?
A través de más de 80 capítulos, el libro narra los episodios más importantes de la historia del Sitjar, desde el recordado y triste encierro de futbolistas, que mi abuelo vivió en primera persona, hasta aquel último partido en 2007, entre Mallorca B y Sabadell. Todo ello, con anécdotas, curiosidades y recuerdos de sus protagonistas. No en vano, me he entrevistado con unas 150 personas durante los últimos meses. Ha sido una experiencia maravillosa, sobre todo teniendo en cuenta la relación personal, casi familiar, con muchos de ellos.
"Escribir este libro era una especie de deuda histórica que parte de la estrecha vinculación familiar con el estadio"
¿Qué riqueza aporta al conjunto de la obra el hecho de que se base en testimonios directos recogidos en primera persona?
Mi admirado Héctor del Mar siempre decía que "recordar es volver a vivir". Y tenía razón. Reconozco que, en más de una ocasión, me he emocionado mientras entrevistaba a los protagonistas. Sus testimonios aportan esa esencia del fútbol de antaño, cuando los jugadores y aficionados mantenían una relación muy cercana. Entonces, no imperaban los intereses de ahora. Aquello era auténtico. Con las cosas que me han contado pero que no puedo publicar, podría escribir otro libro.
Una de las ventajas con las que, sin duda, ha contado a la hora de plasmar esta historia es que tuvo ocasión de ser parte de ella, desde que era muy niño. ¿Hasta qué punto las evocaciones de su infancia impregnan el contenido de esta obra?
El Luis Sitjar siempre formará parte de mi vida. Y no sólo de la mia. Es conmovedor cómo, a pesar de su aspecto, cautivó a varias generaciones. Un servidor creció, literalmente, allí, jugando con un balón, con mis muñecos, o escuchando las historias de los mayores. Mi vinculación es tan fuerte que tardé años en poder pasar por allí sin derramar alguna lágrima.
"Tras su muerte, supimos que mi abuelo, Tomàs Jaume, había expuesto en dos ocasiones su patrimonio personal para salvar al club. A eso se le llama mallorquinismo"
Es imposible, además de injusto, referirse a la historia del Real Mallorca del último medio siglo sin rememorar la figura de su abuelo. ¿Quién fue don Tomàs Jaume y por qué el mallorquinismo ha contraído una deuda permanente con él?
Mi abuelo fue un mallorquinista ejemplar, capaz de hipotecar su propia casa para evitar la desaparición del club. Esto es algo de lo que, por cierto, nos enteramos tras su fallecimiento. Hasta entonces, tan solo sabíamos lo que han contado varias veces jugadores como Matamoros o el eterno masajista Jaume Pedrós. Es decir, sabíamos que llegó a pagar viajes y hoteles, pero desconocíamos, tal y como reflejó la web del RCD Mallorca tras su muerte, que expuso hasta en dos ocasiones su patrimonio personal, sin esperar nada a cambio. A eso se le llama mallorquinismo. Tras más de media vida en el club, Mateu Alemany le otorgó la Insignia de Oro y Brillantes, en octubre de 2000. Fue el primero en recibir la máxima distinción de la entidad en Son Moix. Y lo hizo con el campo lleno, y con el FC Barcelona como rival. Siempre estaré agradecido con él (Alemany) por haberle rendido tributo en vida, como también hicieron su querida Asociación de Veteranos o el delegado Toni Tugores durante su discurso en la Gala del Centenario. Tampoco me puedo olvidar de Vicenç Grande, que fue muy cariñoso conmigo y mi familia tras su fallecimiento. Y es que mi abuelo trabajó en el club hasta su muerte. De hecho, enfermó poco después de echar el candado al Luis Sitjar junto a su gran amigo Toni Tacha.
Como todos los buenos aficionados, ha vivido alegrías y tristezas siguiendo la trayectoria del equipo. ¿Con qué momentos, tanto en uno como en otro sentido, se quedaría?
El peor, sin duda, fue el descenso en la promoción con el Real Oviedo, en 1988. Aquella tarde lloré como lo que era, un niño. Probablemente por eso, uno de mis mejores recuerdos es el ascenso del año siguiente frente al RCD Espanyol, en un Luis Sitjar transformado en 'La Bombonera'. Otro de los momentos especiales tuvo lugar años antes, con el gol de Magdaleno al Real Madrid, bajo la lluvia. Nunca he visto volar tantos paraguas como entonces. Y sería injusto no mencionar la victoria ante el Chelsea, con la coral celebración inmortalizada en la que aparece mi abuelo y que ahora es la portada de mi libro, o el último partido del primer equipo, aquel choque con el Celta que selló una clasificación para Champions, después frustrada por el Molde.
La llegada de Miquel Contestí marcó un punto de inflexión en positivo para la supervivencia del Real Mallorca. Usted ha tenido ocasión de entrevistarle a la hora de elaborar este libro. ¿Qué impresión le ha causado?
El RCD Mallorca nunca podrá agreder a Miquel Contestí lo que hizo por el club. Sin él, la entidad no existiría. Cuando llegó, no había jugadores ni dinero. Si no hubiera sido por su valentía y por la mediación de mi admirado Miquel Vidal al concertar una reunión con el presidente de la Federación Española de Fútbol, la entidad deportiva más importante y representativa de Baleares hubiera desaparecido. Aquello sí que fue una refundación. Para mí, Contestí se merece una estatua en los exteriores de Son Moix.
Héctor Cúper fue el último entrenador que dirigió al Real Mallorca en el Lluís Sitjar y el técnico que inauguró la época más brillante del club, con disputa de Champions incluida. El mallorquinismo moderno, ¿empezó con Cúper?
En mi modesta opinión, el punto de inflexión fue el ascenso a Segunda B en 1980 y el posterior a Segunda A en 1981. Dos años más tarde, el RCD Mallorca regresó a Primera tras más de una década. El sueño duró tan solo un curso, pero el club no tardó en regresar. Y es que, no hay que olvidarlo, en los ochenta la entidad logró hasta cinco ascensos, tres de ellos a una máxima categoría, en la que, de no ser por el play off, se hubiera clasificado para Europa. A principios de los noventa, mucho antes de Cúper, nos clasificamos para jugar la final de la Copa del Rey. Creo que entonces, tal y como me confesó Miquel Àngel Nadal cuando lo entrevisté para el libro, nos dimos cuenta de que podíamos aspirar a cotas mayores que la permanencia.
La impresión es que Son Moix nunca ha sido capaz de conquistar el corazón de los mallorquinistas, como sí lo hizo el Lluís Sitjar ¿A qué lo atribuye?
A que el fútbol de entonces poco, o nada, tiene que ver con el actual. En el Sitjar se respiraba fútbol por los cuatro costados. La cercanía con el terreno de juego lo hacía tan especial que el público se sentía participe del partido. Donde haya un foso, que se quiten las pistas de atletismo (risas). Por otro lado, creo que otro de sus atractivos era su ubicación, en el centro de Ciutat. Aún se me pone la piel de gallina (o gallina de piel, como decía Cruyff) cuando recuerdo los prolégomenos con aquellas colas de gente dirigiéndose a la Plaça Barcelona. O ese inolvidable marcador manual, aquellos vendedores que iban cargados de género y mercancias por las gradas, o las pañoladas (con hojas de periódicos). Hay cientos de cosas que lo hacían único.
El fútbol profesional ha perdido el sabor autóctono que le caracterizaba durante los tiempos del Lluís Sitjar. Los dueños de los clubes suelen ser extranjeros, y así es también en el caso del Real Mallorca. ¿Eso es bueno o malo?
El fútbol ha cambiado tanto que ahora hay muy pocos hinchas que lleguen a ser presidentes. A mí, personalmente, me da igual de dónde sea el máximo mandatario o el propietario siempre y cuando respete nuestra historia. El mejor ejemplo es el de Antonio Asensio, un empresario catalán que, al llegar, no despidió a nadie. Al revés, se hizo con la gente empapándose de mallorquinismo. Como Contestí, Asensio merece una estatua en el estadio. No en vano, dejó como legado la Ciutat Esportiva, que hoy lleva su nombre, aunque algunos se empeñen en llamarla Son Bibiloni.
"En el Sitjar, la cercanía con el público lo convertía en un estadio muy especial, porque el público se sentía partícipe del partido. Donde haya un foso, que se quiten las pistas de atletismo"
Ya para acabar, ¿se siente optimista respecto a la consolidación del equipo en Primera División durante un periodo de tiempo prolongado, como ocurrió no hace tanto, con 17 temporadas consecutivas en la élite?
Creo que hay que ir paso a paso y que las comparaciones no son buenas. Esta temporada hay que dar un primer paso logrando la permanencia en una Primera División que es el patrimonio del club. Ojalá llegué algún día en el cual podamos ver a nuestro equipo en una final o jugando competición europea. Hasta entonces, aquella época comprendida desde 1997 (el ascenso en Vallecas) hasta 2004 (el último partido en Europa) es inigualable y doy gracias por haberla vivido y disfrutado tan de cerca.
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