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Schwab contra Tolkien

Por Gabriel Le Senne
jueves 30 de septiembre de 2021, 05:00h

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Klaus Schwab es el poderoso presidente del Foro Económico Mundial, el famoso Foro de Davos donde se reúne anualmente la 'crème de la crème' de los millonarios y políticos mundiales. De esas reuniones emanan muchas de las ideas y consignas que luego son desarrolladas y ejecutadas por las organizaciones internacionales y por los gobiernos de todo el mundo.

Schwab es un entusiasta del movimiento (o casi podríamos decir religión) denominado transhumanismo, que básicamente consiste en la mejora del hombre mediante las nuevas tecnologías, por ejemplo, a través de la edición genética, o a través de la fusión del hombre con la máquina. Así avanzarían, trascenderían, al simple ser humano que ahora somos (de ahí lo de ‘trans-humanismo’). Más allá del humano.

Si esto les suena raro, no me miren a mí. Pienso lo mismo. Miren sus declaraciones y sus libros, y recuerden que es una de las personas más influyentes del mundo. A ver, muchas de las cosas que dice quizás algún día sean posibles, aunque en gran parte, probablemente, pecan de algo muy común en los futuristas, que es adelantarse sobremanera a la realidad. Recuerden que a estas alturas teníamos que movernos en coches voladores y tener colonias por la galaxia, por no hablar de los robots indistinguibles de nosotros.

A modo de ejemplo, Schwab afirmó no hace mucho que la cuarta revolución industrial nos conducirá a una fusión de nuestra identidad física, digital y biológica, que, según aclara en su libro, será a través de microchips implantables que podrán leer nuestros pensamientos. Lo de los chips no lo sé, pero que Facebook y otras big techs trabajan en universos digitales paralelos, y que incorporarán nuestros datos biológicos, tiene pinta de que sí. Por supuesto, estas ‘mejoras’ plantean graves problemas éticos. Pero lo que me interesa destacar hoy es que los transhumanistas tienen la esperanza de poder alargar su vida hasta alcanzar la ‘inmortalidad’.

Lo primero que le viene a uno a la cabeza ante este planteamiento de ‘inmortalidad’ es aquella historia de Jorge Luis Borges en ‘El Aleph’, titulada ‘El Inmortal’, en que resultaba que los inmortales acababan perdiendo la cordura, desesperados por el paso del tiempo y el peso de la memoria y el olvido, hasta el punto de que los inmortales buscaban beber del río que les devolvería la mortalidad.

Pero, quizás, el autor que más ha reflexionado sobre la inmortalidad sea el gran J.R.R. Tolkien, que en sus ‘Cartas’ nos explica que no cree que el centro real de su historia sea el Poder y la Dominación, que sólo proveen del escenario para los personajes: “El tema real para mí es algo mucho más permanente y difícil: la Muerte y la Inmortalidad: el misterio del amor por el mundo en los corazones de una raza ‘condenada’ a abandonarlo y perderlo; la angustia en los corazones de una raza ‘condenada’ a no dejarlo, hasta que su historia entreverada de mal se complete”.

En efecto, los elfos de Tolkien son inmortales (en el sentido de los transhumanos, o sea, poseen una longevidad ilimitada). Están atrapados en el mundo mientras las edades pasan; en este mundo en que abundan la malicia y la destrucción. La debilidad de los elfos es la nostalgia del pasado y volverse reacios a encarar el cambio.

En otro lugar nos dice Tolkien: “¡La Muerte no es un enemigo! (…) el mensaje era el horrible peligro de confundir la verdadera inmortalidad con la longevidad ilimitada. Liberarse del Tiempo, frente a aferrarse al Tiempo. La confusión es obra del Enemigo, y una de las principales causas de desastre para el hombre. Compara la muerte de Aragorn con la de un Nazgul. Los Elfos llaman a la ‘muerte’ el Regalo de Dios (a los Hombres). Su tentación es diferente: una vaga melancolía, con la carga de la Memoria, que conduce a intentar detener el Tiempo”.

Y más: “Un ‘castigo’ divino es también un ‘regalo’ divino, si se acepta. (…) La suprema creatividad del Creador hará que los ‘castigos’ (es decir, los cambios de diseño) produzcan un bien que de otro modo no se habría alcanzado. Un Hombre ‘mortal’ probablemente tenga (diría un Elfo) un destino mayor, aunque no desvelado todavía. Intentar prolongar artificialmente la longevidad sería en tal caso una suprema estupidez. La longevidad, o falsa inmortalidad (la verdadera inmortalidad está más allá del mundo), sería la principal trampa o señuelo de Sauron: convertiría a los pequeños en un Gollum, y a los grandes en un Nazgul”.

Queda advertido.

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