La palabra planeta proviene del latín planēta, y este a su vez del griego planḗtēs que significa 'errante'. Errante es el que anda de un sitio a otro sin tener un puesto fijo.
Ya no resultan extraños aquellos políticos que vagando sin rumbo fijo, se mueven de un partido a otro -o al grupo mixto- en ocasiones por encontrarse a disgusto y en otras por ansias de poder. De Baleares recordamos a Chelo Huertas, Jaume Font, Toni Pastor, Joan Mesquida y Bartomeu Vidal, y fuera de las Islas tenemos los casos de Jorge Verstrynge, Rosa Díez, Alejo Vidal-Quadras o Eduardo Tamayo entre otros.
Pero el más reciente y sonado es Toni Cantó. El actor valenciano, como han acreditado hechos posteriores, disfrutaba de su acta de diputado autonómico por Ciudadanos al tiempo que ya había pactado con Isabel Díaz Ayuso incorporarse a las listas del Partido Popular para las elecciones en Madrid. Un golpe de efecto que tenía preparado Ayuso no para ganar votos (los que puede aportar Cantó son contados), sino para desestabilizar a los naranjas.
Siempre se ha dicho que el transfuguismo es uno de los mayores males de la democracia, afirmación “de boquita”. Revienta ver cómo, sin ningún tipo de vergüenza, los partidos tildan de “tránsfugas” a aquellos que, con sus errantes movimientos, les han perjudicado y, sin embargo, no merecen tal calificativo los que recalan en sus filas. Para estos casos se apela a la libertad y a la responsabilidad. No hay papel más mojado que el Pacto Antitransfuguismo. Tampoco se ha hecho nada para modificar la Ley Orgánica del Régimen electoral General y que las actas de diputados y concejales no sean personales.
Existe corresponsabilidad general de los partidos en consentir y amparar este tipo de comportamientos que, cuando son por motivo de acaparar “silla”, lo único que producen en la sociedad es repugnancia. Al partido que llore porque algún ex miembro se ha ido a buscar mejor postor con la legislatura en curso, sólo cabe decirle una cosa: “más te mereces”.