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Semana Santa: La despedida

Por Jaume Santacana
miércoles 07 de abril de 2021, 04:00h

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Ya se fue; ya se marchó. Hasta el año que viene. La semana, que ya de santa no tiene más que el nombre (y gracias, porqué en un plis-plas se impondrá, definitivamente, la expresión “vacaciones de Pascua” -aunque tampoco nadie sabrá que significa “Pascua” y entonces pasaremos a denominarla “vacaciones de primavera”; al tiempo) ha transcurrido este año 2021 en una especie de nebulosa entre algunas medidas ligeramente restrictivas a causa del maligno virus y la euforia de la población que se ha echado materialmente a la calle para desafiarlo y dejar claro que en el planeta Tierra manda el hombre y no la Naturaleza; o la biología, que viene a ser lo mismo. De todos modos, la Naturaleza, o la biología, piensa como los campesinos y cree, por lo bajini, que “a cada cerdo le llega su San Martín”. En el caso que nos ocupa, a cada persona le alcanza su virus”. ¡A ver quién gana!

El desafío humano -al menos en nuestro caótico y arcáico país- es de una inconsciencia colectiva que causa pavor. Perfectos conocedores de que la pandemia no está, ni de lejos, controlada; que los índices de contagios son, todavía, elevadísimos; que muchos hospitales (y sus U.C.I. Correspondientes) se hallan, aun, abarrotados de un público involuntario, en general; y de que la cosa va en serio, muy en serio, la gente, la muchedumbre, se lanza a una desmovilización colectiva (aunque sea con permisividad relativa) a llenar paseos marítimos, playas, montañas, pueblos rústicos y restaurantes para así, de esta manera, favorecer la floración de los árboles y de paso beneficiar la estancia del virus entre nosotros.

Sí, sí, claro, ya entiendo: la economía. Los destrozos que la puta Covid ha causado en muchos sectores laborales de nuestra sociedad son enormes, inmensos, criminales. Ha sido, y todavía sigue siendo, una desgracia colectiva que ha provocado la ruina de muchísimas personas y la caída en picado de la subsistencia de infinidad de familias. A pesar de ello, vengo en pensar, y creer, que en otros países -por ejemplo en Alemania, sin ir más lejos- la administración, o sea, el Estado, ha paliado, en cierto modo, esta situación a base de implantar, de modo universal, unas medidas de carácter económico que han disminuido, notablemente, las penurias que han sufrido y sufren muchos empresarios y trabajadores españoles, donde las “ayudas” han sido més bien escasa y, por descontado, bastante miserables. Es en este tipo de cosas (de políticas, también) donde se puede constatar que, en muchos aspectos de la vida, Europa empieza en los Pirineos; es decir, al norte de los Pirineos.

Recuerdo las Semanas Santas de mi etapa infantil y juvenil: las calles vacías, los establecimientos cerrados a cal y canto (teatros y cines incluidos), un silencio general de órdago y la sola licencia de poder emitir y escuchar (en casa también) música culta, la que ahora vienen en denominar clásica. Si uno se reía a carcajadas era, inmediatamente, reñido o, si fuere el caso, castigado. Se hablaba en voz baja; se casi susurraba. Todo esto era obligado a causa de una férrea interpretación de las normas de la religión católica. Y, alerta, ¡chitón!

Ahora, hoy en día, toda esta parafernalia inquisitiva ha desaparecido gracias a un estado de cosas que realzan la civilización y el bienestar por encima de todo. Puede incluso que la humanidad se haya pasado de frenada.

Total: creo, firmemente, que hay que respetar a la naturaleza; y el hijo de puta del virus -queramos o no- es naturaleza: forma parte de ella. Y mata, sí. Pero nosotros, los humanos, debemos ser más inteligentes y ingeniarnoslas para buscar los huecos por donde atacarlo y agredirlo (al virus) y, si puede ser, aniquilarlo.

Pero para conseguir ganar esta lucha, hay que saber portarse bien. Y, a mi, observar ciertas fotos que demuestran el comportamiento salvaje de mucho personal, me hiere en lo más hondo-

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