Sophia es pintora. Pero no es una pintora cualquiera. Es un “ser” artificial que acaba de arrebatar al ser humano una cualidad que solo él tenía: la de crear obras de arte. Sophia es un robot que no solo es capaz de crear arte sino que también es capaz de generar ingresos por la venta de sus cuadros.
En una pionera colaboración con un humano, Sophia ha pintado varios cuadros cuya titularidad del comprador se certifica en la blockchain, bajo la forma de NFT (Non Fungible Token). El primer cuadro vendido ha sido el autorretrato de la propia Sophia. Como viene ocurriendo con los NFTs, el precio de venta no deja indiferente. En una dura puja con otros cuatro contendientes, un ciudadano ha llegado a pagar 688.888 dólares por la obra de Sophia. Y eso por un puñado de ceros y unos, dirán algunos.
Mediante este sistema de NFT se han vendido tierras, cuadros, viviendas y hasta el primer tuit. Todo ello, de carácter digital y a precios que asustan.
Del autorretrato de Sophia no llama tanto la atención el precio de la obra como que la coautora se ha inmiscuido en un terreno exclusivo para las personas. Por primera vez, el arte acaba de trascender el dominio de los humanos.
Estamos ante otra demostración de que lo digital sigue avanzando. Ahora le ha tocado al arte. El registro de la propiedad sobre los bienes, también se va a acabar digitalizando. Los NFTs son solo el principio. La criptografía y los contratos inteligentes son capaces de certificar la propiedad de un bien sin necesitar de fedatarios públicos. Es otra aplicación de la blockchain.
Los tiempos están cambiando a rápida velocidad y generan nuevas oportunidades de negocio. Si alguien es capaz de pagar tanto dinero por un cuadro pintado por un robot o por una porción de terreno en un universo virtual o por un piso en una ciudad creada en un videojuego es porque la creciente demanda le proporcionará ingresos y un retorno de la inversión. No puede haber tanto loco con tanto dinero.
Cada vez quedan menos campos fuera de lo digital. El arte acaba de sucumbir. El avance de la digitalización va más allá de lo físico, llegando casi hasta las emociones. Si estas provienen de un entorno virtual son, en cierta manera, digitales ¿no? La emoción por ver un cuadro digital aunque sea pintado por un robot o la producida por alcanzar el objetivo de un juego virtual o la de disfrutar un concierto de música en la plaza de una ciudad virtual, son viejas emociones en un entorno nuevo.
Esta Sophia se dedica a pintar. Pronto aparecerán otras que hagan nuestros trabajos. Menos mal que son capaces de generar ingresos y cotizar a la Seguridad Social. Va a resultar que los robots nos retirarán de madrugar para ir a trabajar y van a salvar nuestras pensiones. A ver si no van a ser tan malos. Encima, pintan bien.