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Joan March o la piel del conocimiento empírico
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Joan March o la piel del conocimiento empírico

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La ruta de esta semana nos llevaba a la Finca de Ca na Tacona en Pollença desde donde se divisa la montaña Cornavaques de la Serra de Tramuntana, allá vive Joan March Torrandell, artista nacido en esta población el 1 de junio de 1958. Su padre, Pere “Perico” era funcionario, su madre Jerònia se ocupaba de labores de casa y su hermano gemelo de Pere, es profesor.

Su madre nació en Ca’n Xisco una posesión cercana a esta casa y que a Joan le trae gratas emociones de niñez.

Mi bisabuelo Joan Torrandell era un hombre muy peculiar hizo dos cisternas en la finca de esta posesión creando un sistema de regadío que la gente del pueblo admiraba, sembraba café, tabaco y alfabetizó a muchos de los niños de las cercanías que estaban sin escolarizar, les convocaba en la era y les daba clases, además de ser campesino era un hombre ilustrado. Recuerdo que en una habitación de su casa tenía una caja grande llena de libros y eso me llamaba la atención.

Era un crío cuando iba a ese lugar a pintar al óleo y recibía consejos de su padrino Pep y de un amigo que era profesor y aficionado a la pintura.

Experimenté escuchando sus consejos, machaqué muchas hojas de haba mezcladas con clara de huevo, usando un pincel que me hacía con plumas de las gallinas y pintando sobre la parte trasera de los calendarios pasados de fecha. No se me olvida que a los cinco años yendo al colegio de las monjas, Sor Margarita una mujer amable y cariñosa en la manera de enseñar, me hizo pintar sobre una cartulina y mientras yo aplicaba un color verdoso ella se acercó y puso su cara cerca de la mía para ayudarme a acabar de colorear. Aquel afecto, aquel momento, la sensación, el entorno se torno magia.

Vivió una infancia intensa de la que atesora infinidad de anécdotas y que analiza con múltiples matices. Se siente muy identificado con la personalidad de su pueblo, Pollença.

Con mi hermano gemelo la convivencia era complicada para uno y para el otro ya que teníamos un carácter bronco y visceral entre nosotros. Creo que veíamos demasiadas películas del oeste, de ciudades sin ley. Vivíamos en el campo en la finca Ca’n Guiem Bet, jugábamos durante casi todas las horas del día, uno no podía estar sin el otro, pero juntos éramos un volcán en permanente erupción. A las cinco de la mañana nos levantábamos con la luz de carburo y aquel entorno en el que se sufría de escasez de agua y luz y mucho frío, nos ofrecía un sinfín de ideas que convertíamos en juego, ayudábamos a sembrar, a la recogida de la algarroba, cuidábamos de las bestias y siempre que podíamos nos bañábamos en el estanque.

Al principio del verano llegaba tras la siega el tiempo de “batre” (batir) los payeses de las tierras de alrededor se reunían todos en el claustro de la finca de “U Pujol” cada uno con sus “garbes” (gavillas).

Allí la Madona una mujer que lucía un brillante diente de oro, era la matriarca y quien llevaba la voz de mando. Mientras los mayores se afanaban en los trabajos de comunidad, los niños nos ocupábamos del avituallamiento repartiendo con la jarra de agua y la botella de licor de hierbas. No se paraba en todo el día eran jornadas intensas de hacer “llatre, cordella, cenalles”, aplastábamos las hojas bien machacadas y las manipulábamos para hacer cuerdas, cestas y otros elementos. Todos se ayudaban y si uno se retrasaba, allí estaban los brazos de los otros. Era una gran familia. El carácter de los payeses era muy solidario.

Por las noches nos reuníamos al calor del fuego, comíamos pan payés con sobrasada, camayot, quesos, frutas, almendras y cuando comenzaban a hacer sonar la ximbomba se cantaban “tonades de feina mallorquines”.

Su tío Jeroni Llobera también vio que tenía aptitudes y tuvo una clara influencia para que usted prestase atención a la plástica.

Él fue determinante en mi futuro. En verano íbamos a su casa en “U Moll” de Pollensa. Era un gran amante de la pintura y me compraba material de todo tipo. Por las noches acudíamos al Restaurante el El Pozo donde con su amigo Miguel Ferrer “Marge” que era el propietario mantenían tertulias y a mí me fascinaba. Yo no me perdía una sola palabra de sus conversaciones.

Estoy muy agradecido al concepto de pintor local y como ejemplo la devoción demostrada por Miguel Ferrer. Ellos sabían describir con su pintura paisajista y clásica el sabor de la tierra, el aroma del pueblo.

Más tarde su tío Jeroni le dejó un piso y desde los catorce hasta los dieciséis años estuvo en ese espacio para él solo, en el que la soledad le enseñó a conocerse a sí mismo.

Fue a clases de repaso en un colegio de Monjas que estaba en mitad del campo y le divertía el acontecimiento del mes de María (mayo), cuando todos los vecinos de la comarca acudían a celebrar la fiesta.

A los quince años ganó su primer premio en el Certamen Internacional de pintura de Pollensa que se expuso en la Casa de Cultura de La Caixa.

Haciendo quinto y sexto de bachiller tuvo una profesora llamada María Jesús Sampietro que les llevaba a hacer rutas culturales por Palma y a conocer las Galerías más innovadoras como la de “4 Gats”.

El padre de Joan era buen amigo de Dionis Bennàssar y cuando salían juntos a cazar “cegues” (becadas), le hablaba de la habilidad de su hijo y este le daba alguna que otra recomendación.

En las primeras pinturas de Joan se advierten ciertos gestos que evocan a la personalidad en las acuarelas del maestro Dionis.

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Dionis Bennàssar había sido enviado a la Guerra de Marruecos donde fue herido en la clavícula, con el agravante de la inutilidad del brazo derecho. Él, que en la adolescencia había recibido clases de pintura, se veía atraído por el paisaje y se sintió conmocionado al conocer la obra de Anglada Camarasa y al tiempo se hizo amigo del artista argentino Tito Cittadini, participando en actividades culturales del pueblo de Pollensa. Sus imaginativas obras de desbordante expresionismo cromático han merecido numerosos elogios y es uno de los máximos exponentes de aquella legendaria escuela mediterránea.

Dionis Bennàssar tenía un hermano llamado Pep, gran conocedor del arte y empresario, experto en enmarcado. A Pollensa venía gente de todos lados a pedirle asesoramiento. Era un hombre muy culto y fue otra de las personas que me apoyó. De hecho fue quien enmarcaría todas las obras de mi primera exposición. Por aquel entonces yo tendría dieciséis años. Me explicaba los secretos para el buen uso de los materiales que él dominaba con gran conocimiento en pinturas, en pigmentos, en pinceles, en barnices, en definitiva, era un maestro en artículos de bellas artes.

Cuando acabó COU quería hacer ciencias, concretamente astronomía, pero con dieciséis años se puso a trabajar de albañil.

Y también viví durante un año en la Calle San Felio de Palma y durante esa época fui a Artes y Oficios para perfeccionar el dibujo y el grabado. Tuve a Tomás Horrach como profesor quien a los pocos meses de ir a clase me dijo que el mejor favor que podía hacerme a mí mismo era marcharme y dedicarme por completo a la pintura ¡Aquí ya no podemos enseñarte más!

A los diecisiete le contrataron para la Galería Noray de Pollensa.

Era multifuncional. Aprendí a tallar esculturas, a serrar, a manipular el marés, a organizar la logística para el montaje de exposiciones. En aquel lugar se exhibieron obras de conocidos artistas como Jaume Plensa, Rafel Amengual o Gerard Matas. A los dieciocho años hice el servicio militar destinado en la policía del Muelle, lo que me permitió seguir trabajando.

Hubo unos años en que visitaba asiduamente la ciudad de Madrid y en febrero de 1982 acudió a la primera edición de la Feria Arco.

Esa visita se convirtió en una carga emotiva. Era muy joven, sensible y recibí los impactos de aquellos transgresores creadores que viajaban por el mundo mostrando sus obras. Entendí que los grandes formatos te abren a otras posibilidades de manifestarte y días después al llegar a mi estudio comencé a pintar contagiado por todo lo que había absorbido y casi sin darme cuenta pase del impresionismo al expresionismo.

Casualmente poco después le contrató la Galería Bennàssar y en el año 1983 le propusieron preparar una gran exposición, aunque había un inconveniente; solo disponía de tres meses.

Yo tenía veinte años y acepté. Me puse a pintar a lo bestia, me encerré y me sentí liberado con aquellas obras gigantes que me iban saliendo. Sigo pensando que aquella fue mi gran exposición.

Paramos unos instantes y nos presentó a María su compañera. Nos sentamos para tomar unas viandas, serrano, queso, boquerones y un brindis con vino tinto de la tierra. Tras servirnos café retomamos la entrevista.

Le pido que me hable de alguna afición y sonríe…

Ja, ja, ¡afición!… “trescar”. Hubo una época en la que lo practiqué más. Debía tener entre 22 y 25 años y vivía de pintar, antes de tener a mis hijas, Savina y Senda. Salía de casa con la bicicleta sin rumbo fijo, con un pedazo de pan y un embutido en la mochila. Allí donde me apetecía paraba y oteaba el horizonte, o me fijaba en un pétalo o una rama, o un punto. Me metía por cualquier camino, tomaba apuntes y nunca miraba el reloj.

En 1994, entrevistado para su exposición “Una aproximación a la transparencia”, Joan comentaba: “los años ochenta han hecho mucho daño y la pintura ahora no da para comer, solo para merendar”.

En 2015 presentó su colección “Nòmades traginant el seu jardí” y afirmó; “me siento un nómada al nivel del alma y en lo personal me gusta picotear de todo lo que pueda y de allí donde sea. Me enriquece en lo más íntimo”.

En 2016 se editó el libro de relatos; El tendedero, escrito por la autora madrileña María José Pérez Ruíz y fue ilustrado por Joan March, un brillante trabajo de adaptación entre textos y dibujo fantasiosos. Un viaje literario y pictórico en el que abunda la magia.

¿Qué es la pintura para usted?

La pintura lo ha sido todo para mí y debo agradecer a mi tío Jeroni que me empujase y que me comprase cuanto necesité al principio y agradezco también a las otras personas que he nombrado y que se cruzaron en mi camino y de una u otra forma me alentaron.

¿Cuál es la descripción que hace Joan March de alguien que se dedica a pintar?

Lo valoro como un ejercicio de libertad, como algo inquietante, angustioso, es una experiencia vital, es pura necesidad. Me agrada pintar de noche y en soledad. Es un proceso de meditación que a veces comienza sin una idea previa y te colocas frente a la tela en blanco y la manchas, a partir de ahí recibes unas señales químicas, físicas, astrales, es como ponerse en trance. Los recuerdos siempre han sido para mí una buena fuente de inspiración. También capto conceptos que me preocupan de la naturaleza humana para crear mis composiciones, me fijo en todas las complejidades, en las trampas, el camuflaje, en los engaños, en componentes de artificio. En ocasiones soy muy crítico.

Comenta que convierte un escenario en un “obscenario” que la verdad es la intimidad trascendente que precisa de la metáfora, de los fondos atmosféricos, de elementos infinitos, que huye de los tópicos y da valor a la amistad sincera, a la honradez, al ser transparente, a las causas que luchan por un mundo más justo y todo eso, que va incorporado en su caparazón se desprende de sus gestos, de sus palabras y de su pintura.

Las sensaciones que se entremezclan entre el trabajo y la inspiración te permiten navegar por un mar de libertad sin limitaciones, de convertir tus iconografías en figuras de almas mutantes, es un ejercicio espiritual con una carga de constantes rituales, de historias oníricas.

Pasó por el impresionismo, admira la Escola Pollensina, valora a los pintores locales por su aportación, le agrada el comic, la figura humana, se desenvuelve en el arte abstracto, en el figurativo, se desliza sobre el expresionismo, se sumerge en el surrealismo y además de Kandinsky y Paul Klee, le atrae la pintura renacentista en la figura de Rafael, principalmente por su sentido hipertrófico del color.

¿Cómo es su día a día?

Muy sencillo. Sigo pasando muchas horas en mi estudio dibujando y pintando.

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Hago un paseo por los entresijos de estas alianzas surrealistas de las que cuelga un distintivo único y personal y me cruzó con algunas almas que vuelan como mariposas de colores. Hablan asombradas de su contacto con el pincel que las ha dibujado, de una composición musical que sonaba mientras les daba vida. Se miran en el espejo y advierten que lo hacen con los ojos del artista. Las siluetas y las formas no son seducidas, ni aleccionadas, giran en torno a constelaciones liberadas de literaturas retóricas o apasionadas. Reivindican equidad.

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Damos por finalizada la visita. Al bajar la cuesta de Ca na Tacona, va desapareciendo la imagen de la Sierra. Francisca se ha afanado con sus instantáneas y yo tengo la impresión de que el material será suficiente. Tomamos carretera de regreso tras una placentera jornada. El sol nos acompaña. Gracias Joan.

Texto: Xisco Barceló

Fotografías: Francisca Sampol

Para más información: www.joanmarchtorrandell.wordpress.com

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