La ventaja competitiva de tener un socio radical, a la izquierda, es que acerca a los que están a su derecha, al centro político. Sin que tengan que moverse, ni moderar sus posturas, sin que necesiten centrar el sentido de sus acciones y sin que busquen la equidistancia entre los extremos.
La verdad es que es una percepción de la visual política. No tiene por qué coincidir, como de hecho sucede, con la realidad. En demasiadas ocasiones, para no perder apoyos electorales, la izquierda se balancea lejos de la moderación del centro, independientemente de las percepciones, de su manifiesto interés y de la pasmosa capacidad para orientar el relato hacia esta virtualidad.
El problema para la mayoría de los ciudadanos es que de poco les sirve la apariencia de moderación sobrevenida cuando las políticas generales están impregnadas, por acción u omisión, por consignas que llevan a la violencia.
De poco les sirve a los ciudadanos un ejecutivo que hace de la inacción un modo de gobernar y de la polémica una marca hegemónica. Un consejo de ministros insalubre en el que las pocas figuras amables y competentes estén sufriendo su propio viacrucis personal y un desgaste sobrehumano en el intento de aportar racionalidad y sentido común.
De poco les sirve a los ciudadanos un ejecutivo cuyas medidas nos acercan a la amenaza de la intervención de España por parte de la UE y que opta por darle la espalda; como si el no ver el abismo te protegiera de caer en él.
Ya solo faltaba la insensatez y la falta de imaginación en la apuesta por el formato tradicional para la manifestación del 8 M, en una inequívoca época de pandemia y en una claro intento de minimizar el riesgo.
Frente a la apariencia de que Pablo centra a Pedro, la realidad muestra una tendencia de los partidos a escorarse hacia a posiciones cada vez más extremas, hacia la polarización interesada de la vida pública y hacia la permanente radicalización. Buen finde.