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El Show

Por Jaume Santacana
miércoles 27 de enero de 2021, 06:00h

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A los habitantes de los Estados Unidos de América les voy, a partir de ahora, a denominar “americanos”, tal y como se establece en una convención no escrita, que permite una licencia tampoco escriturada en ningún documento oficial.

Son los reyes del mambo. Los putos amos. No existe en ningún rincón del mundo gente con un nivel de desinhibición más espigado. Nacen con un desparpajo que quita el hipo. La timidez se les suelta en el mismo momento en el que se les secciona el cordón umbilical. La vergüenza ni está ni se la espera. El retraimiento, el encogimiento y la modestia son molestias que desaparecen en el mismo momento en el qué asoman, desnudos ya, al mundo del espectáculo y la exhibición mundana.

Son únicos. Su desenvoltura personal en medio de cualquier enjambre humano es increíble. Cuando críos, las celebraciones familiares, cumpleaños y así, les muestran ya el modo correcto de dejarse ir, despejarse la cobardía natural del ser humano y presentarse como auténticos showmen o showwomen, dependiendo del sexo, en el fragor de los festejos.

Una vez instalados, convenientemente, en las aulas esperan, pacientemente, que el profesor o profesora de cualquier materia formule una pregunta al alumnado para que todos, todos, sin excepciones, levanten sus recios brazos y antebrazos y osen intervenir requiriendo a la pregunta inquirida, sean o no conocedores del saber interpelado. Hasta el más desgraciado aspira a desgranar una respuesta brillante, aunque no tenga ni la más mínima idea de la competencia exigida por el maestro o la maestra de turno. Lo verdaderamente importante no es acoplar, correctamente, la formulación exigida sino el modo de exposición de las respuestas; con valentía, con don de habla, con desenvoltura, gracia, sal y pimienta y charlatanería por un tubo.

En su primera adolescencia, cuando las primeras fiestas escolares, en los bailes organizados con cualquier excusa, se besan a las primeras de cambio; se montan sus primeras citas -con inmediatez inusitada-, conducen los coches de sus padres y se presentan con la novia en casa de sus padres o parientes contrarios que, ágiles, les piden un tuteo aplastante.

Más tarde, en sus primeros trabajos en oficios o profesiones, se lanzan a vender sus aptitudes con ansias de triunfo y de, sobre todo, ganar pasta para lo que haga falta. Saben vender, no sólo sus capacidades físicas, mecánicas o intelectuales, sino los correspondientes productos que pretenden despachar, sean mangueras, tornillos, seguros de vida, coches o películas. Lo suyo es la transacción y, por encima de todo, su talento en la venta, su modo de colarle al cliente las existencias.

En los concursos televisivos, los participantes (también los presentadores o el mismo público) actúan de manera natural, sin esfuerzo ninguno, y provocan espectáculo allí donde sólo habría juego. En el cine, teatro y series de televisión, el último figurante lleva a cabo su papel con una encomiable entrega.

Los americanos saben como aparecer en público (sea familiar, escolar o social) de modo altamente centelleante. Da lo mismo, que lo mismo da, que el texto utilizado sea superficial o aparente, vacío o insustancial: lo encubren de magia -falsa o no- y o venden con una convicción entera e incontestable. Saben tocar la fibra.

Acabo de ver, por televisión, el acto de “coronación” del flamante presidente de los americanos, señor Biden y me reafirmo en lo dicho anteriormente. Sobriedad lujosa, emoción, brindis social exitoso, simplicidad, vacuidad de contenidos en los oradores y principio de lágrimas en los espectadores. Muestreo, sí, pose, pero “toca”.

God bless you, mister President! Y ánimo que, después de Trump no le viene complicado.
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