www.mallorcadiario.com

El virus que no cesa

Por Jaume Santacana
miércoles 20 de enero de 2021, 03:00h

Escucha la noticia

Tomo prestado al poeta comunista Miguel Hernández el título de su libro de sonetos más conocido, “El rayo que no cesa”, publicado por Espasa-Calpe en el año 1936 (el año en que empezaron las hostias”, segun la opinión popular). Y lo tomo prestado para manipularlo -¿que es el arte, sino manipulación?- y cambiarle el título, en consideración a la plaga actual que nos azota, nos distrae y nos elimina, en este período convulso que va desde marzo del 2020 y, de momento, hasta hoy, medio enero del 2021: “el virus que no cesa”, o sea el indecente corona virus o, si se prefiere, el Covid 19.

Un servidor -para qué les voy a mentir- está literalmente asustado; para enfatizar un poco más el calificativo: estoy atemorizado y, les diré más, aterrorizado. En los tres últimos meses, el miedo -un miedo perfectamente explicable y, si cabe, inteligente- me atenaza los sentidos y me unta el cuerpo con todas las fortalezas de que es capaz, que son muchas.

Tengo que confesarles que, durante el confinamiento domiciliario decretado desde marzo a finales de junio del 2020, el brutal impacto del espectáculo vírico me sorprendió y me postró en una situación de desconcierto absoluto; eso sí, aunque -confiando en la siempre apañada esperanza- no dudé en pensar que, pasado este período inicial (con una cantidad de muerte y sufrimiento incalculable pero, matemáticamente demostrable) las cosas irían a mejor y los efectos de la endemoniada pandemia se irían, lentamente, esfumando hasta conseguir llegar a la victoria final y a la tan cacareada “nueva normalidad”, una expresión desafortunada allá donde las haya. De manera que, siendo consciente de lo terrible de la situación, durante la citada fase de confinamiento total y cese de la mayoría de actividades económicas y sociales, el miedo, como tal, no llegó a establecerse en mi persona. Preocupación, desasosiego, ansiedad e inquietud sí que se instalaron en mi interior, pero el terror y el espanto no hicieron acto de presencia.

Ha sido, como ya he dicho, en los tres últimos meses que mi psique ha mudado y, finalmente, ha aparecido el pánico en mi rutina. Mi anterior esperanza se ha convertido, así, sin más, en desesperanza. No veo lo que viene en llamarse “el final del túnel”. Creo que las restricciones actuales son más recomendaciones que obligaciones; que todavía siguen circulando por el mundo un conglomerado de imbéciles que desatienden las demandas a la responsabilidad; que, por otro lado, la ruina económica y, por consecuente, social no cesa de crecer; y, sobre todo, que la vacunación masiva de la población se produce a un ritmo de una lentitud aclaparadora y amenazante. Esto, sin contar con la parte del censo humano que -atendiendo a una falsa definición de la libertad personal y de los derechos básicos de las personas- toma la decisión de no vacunarse; es de locos priorizar la libertad individual -en un caso de vida o muerte como este- ante el bien común. Pido la obligatoriedad de la vacuna, sin remilgos y con la voz muy alta y clara. Si los presuntos asesinos (los “contagiadores”) quieren jugar a la ruleta rusa, que se vayan al Polo Norte y, allí, convivan con los osos blancos revolcándose en la nieve y dejando a la humanidad que luche por la vida; sagrada vida.

En resumen, a fecha de hoy, a un paso de finiquitar este maldito enero, observo (por los datos recientes: con muertos a millares y gente sufriendo terriblemente) que falta lo peor por llegar y soy consciente del “problemón” que planteará el colapso de los hospitales que tan colosal esfuerzo están haciendo sus profesionales.

Voy a acabar repitiendo aquella tópica frase que sirve para un barrido y un fregado: no soy pesimista; soy realista.

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios