¿Qué hemos aprendido del 2020? Estando a punto de finalizar el año, nos damos cuenta que ninguno de los mensajes zen que recibimos cuando nos obligaron a pasar casi dos meses encerrados en casa nuestras (“saldremos juntos de esta”, “todo irá bien” y “seremos mejores personas”...) se han cumplido. No obstante, hay otra enseñanza que se podría haber sacado de todo esto y casi nadie menciona.
Deberíamos habernos dado cuenta que el argumento “los políticos cobran demasiado y deberían cobrar menos” nos ha llevado en gran medida a la situación que estamos ahora. La crítica a la gestión de la pandemia llevada a cabo lleva a muchos a decir la frase anterior, cuando la reflexión debería de estar en que la vía de solución tendría que ser la contraria: que los gestores de lo público deberían de tener una retribución más generosa. Y me explico.
Poner unos sueldos notoriamente inferiores a los que se pagan en las empresas o en ciertos cargos de carrera en la administración, es fomentar que aquellas personas que podrían estar más capacitadas para sacar adelante el estado ante la contingencia del COVID, prefieran continuar en el ámbito privado o en su puesto de funcionario. Irse a un cargo político -y estar expuesto a todas cuantas críticas se le ocurre a todo el mundo y a las exigencias de los aparatos de los partidos- para, además, cobrar menos, no se antoja una opción muy alentadora.
Ya sabemos que lo que se premia hoy, por desgracia, es la habilidad del zasca, de los 140 caracteres y de no contestar a lo que se pregunta, que por cierto son cosas que no dan de comer. Nos encontramos con que estamos descontentos con la gestión que se ha llevado a cabo, pero tampoco tenemos la certeza que las alternativas que hay en el hemiciclo lo hubieran hecho mucho mejor. Como queremos unos políticos low cost tenemos una política low cost. Y nuestra vida como comunidad se está convirtiendo en low cost.