El Atlante, buque de 2.700 toneladas, fue un vapor construido en 1894 en Newcastle que, tras navegar bajo pabellón español desde 1910, se incorporó a la entonces naciente Trasmediterránea en 1918.
Al inicio de la Guerra Civil, el Atlante se hallaba en el port de Maó, y las autoridades republicanas del gobierno del Frente Popular rápidamente le encontraron una nueva utilidad como prisión flotante.
La triste historia del Atlante, que los mahoneses de cierta edad conocen bien, pero que el común de los ciudadanos de Balears desconoce por completo, es la de los 74 presos en él encerrados que fueron fusilados por orden de la "autoridad" republicana por crímenes tan abyectos como el de tratarse de sacerdotes católicos o de militares monárquicos retirados, entre otros.
Hace unos pocos años, en 2014, familiares descendientes de aquellas víctimas de los asesinatos del bando republicano pretendían que se erigiese un monumento en el puerto -sin atisbo de significación política- a esos mártires civiles de nuestra contienda. El asunto fracasó y ellos acabaron renunciando porque, entre otras cosas, la izquierda menorquina expresó su rechazo a la "utilización política" de las víctimas de un determinado bando de la guerra.
Causa verdadero sonrojo que esa misma izquierda aplique tan distinta vara de medir cuando se trata de las de la represión del bando nacional y del posterior régimen franquista. Pensarán, quién sabe, que las primeras debían merecer su destino.
Impelido por esta trágica historia, que esta misma semana nos recordaba en Canal 4 el expresident del Parlament, Joan Huguet, me propuse buscar más datos de esta histórica carnicería perpetrada por la Gracia del Frente Popular.
De los prisioneros del Atlante, fueron ejecutados sin juicio alguno 37 sacerdotes -la mitad de los existentes entonces en la isla-, así como una cifra similar de ciudadanos entre civiles y militares, la mayor parte de estos últimos, retirados, hasta totalizar la cifra de 74 asesinados. A esta macabra lista seguirían muchos más ejecutados en meses posteriores.
Francina Armengol, a la que tanto gusta impostar ese tono de compungimiento cuando habla de la Memoria Histórica -hoy mal llamada Memoria "democrática"- no ha dedicado un solo segundo de su mandato a honrar la de las víctimas del Atlante. ¿Por qué? Pues porque nuestra izquierda está empeñada en reescribir la Guerra Civil española como una simple historia de buenos y malos, en la que unos personajes pérfidos se alzaron sin motivo alguno contra una república que era un dechado de virtudes democráticas, libertad, igualdad y fraternidad. Y eso es, sencillamente, falso, obscenamente falso.
Las víctimas del Atlante, además de las restantes que fueron ejecutadas en la Mola o en Es Castell por esa cobarde chusma autodenominada "revolucionaria" eran, como mínimo, tan inocentes como aquellas otras que fueron asesinadas en Mallorca por matones falangistas y cuyos restos yacen en diferentes fosas de nuestra Isla; Porreres, Calvià, Sencelles, etc.
Pero la ignominia no termina ahí. Hace menos de un mes, la presidenta Armengol se desplazó a Menorca para homenajear a algunos de los represaliados víctimas de los juicios sumarísimos celebrados en la isla tras la derrota del bando republicano.
Entre aquellos que recibieron dicho homenaje, se hallaba el zaragozano Antonio Benedit Moreno, fusilado, tras rechazarse el último de sus recursos, en 1941. Pues bien, parece ser que Armengol no reparó en el detalle que el mismo Benedit al que ejecutó la justicia militar franquista era aquel cabo que mandó sacar a los prisioneros del Atlante el 18 y el 19 de noviembre de 1936, y conducirlos al cementerio de Es Castell, donde los hizo fusilar, vaciando él mismo dos veces el cargador de su pistola, según reconocería ante el tribunal que lo juzgó. (Juan José Negreira Parets, «Menorca, 1936.
Violencia, represión y muerte»).
No hace falta que ningún progre me recuerde la arbitrariedad y defectos de la justicia militar de la posguerra. Presté mi propio servicio militar en el Juzgado Togado Militar Territorial -entonces ubicado en la Rambla- despachando copias testimoniadas de las sentencias de esos consejos de guerra sumarísimos para que los descendientes de aquella salvajada obtuvieran la simbólica compensación económica que el gobierno de Felipe González
estableció para ellos. Reconozco que cada vez que rememoro el contenido de alguna de aquellas sentencias se me rompe el alma, como jurista y como simple ser humano.
Pero si esa justicia de los vencedores era sin duda parcial, ideologizada y ofrecía escasas posibilidades reales de defensa a los acusados -a muchos de los cuales, sin delitos de sangre, con el transcurso de los años se les conmutó o redujo la pena- no cabe duda que una ejecución sin siquiera esa rudimentaria justicia es aun, si cabe, más abyecta. Naturalmente, si toda la acusación que podía instrumentarse contra los presos del Atlante era la de que eran peligrosos sacerdotes católicos, se explica perfectamente por qué
aquella portentosa e ideal república ni siquiera perdió el tiempo en escenificar un amañado proceso judicial.
Conviene recordar, pues, que Antonio Benedit fue fusilado en 1941 por asesino, no por republicano o comunista, aunque el Pacte haya optado, sin dudar, por homenajear al verdugo y dejar que sus víctimas sigan para la eternidad en la fosa moral del vapor Atlante.