No tenemos remedio. Después de haber celebrado como una cosa buena del confinamiento por el COVID-19 la reducción de la contaminación mundial debido a la limitación de movimientos, nos encontramos con que las instituciones, como es el caso del Ayuntamiento de Palma, necesitan hacer una campaña informativa para recordar que las mascarillas y los guantes no han de ser lanzados a la calle. Las mascarillas quirúrgicas tardan siglos en descomponerse, lo que nos da una imagen de la dimensión del problema que se está creando con el uso de este material de un solo uso, y mucho más si no se deposita en el lugar adecuado. El daño que se está haciendo es inconmensurable.
Cualquier persona con un mínimo de civismo y de sentido común no lo haría -y no sólo en cuestión de preservar el medioambiente, sino también por cuestión sanitaria-, pero se ve que hay muchas personas faltas de estas cualidades porque abruma la cantidad de mascarillas quirúrgicas que uno se encuentra sobre la acera en un breve paseo o traslado por las calles.
Sin ánimos de criticar la campaña de Cort apelando a la conciencia social de los ciudadanos, que me parece bien, he de manifestar pesimismo ante tal propósito, porque si una persona, por sí sola, no es capaz de entender que las mascarillas y los guantes no han de ser arrojados a la calle, poco podrá hacer en este sentido el Ayuntamiento por la vía del convencimiento. Quod natura non dat, Cort non prestat. Como la educación no funciona con todo el mundo, al final lo más efectivo es ir a palo duro -en buen mallorquín garrot-, y en este caso, no hay mejor varapalo que multas sangrantes y policías en cada esquina. A más de uno se le quitaría la tontería.
Hay un ejemplo claro de cómo hay personas que tienen más miedo a una multa que a un león hambriento, y que la cartera pesa más que las ideas: en la manifestación negacionista del COVID-19 celebrada en Madrid la semana pasada, uno de los principales reclamos era la innecesariedad de llevar mascarilla. Sin embargo, paradójicamente, más de un manifestante estaba allí con el bozal puesto, y esto no es debido sino al temor a una merecida multa por no actuar en cumplimiento de la ley.
Y está claro que se pueden poner multas, la normativa habilita a ello. Pero, al igual que no se pueden lanzar desechos o trastos viejos a la vía, hay gente que lo hace porque la potestad sancionadora de la administración tiene un límite, y este es los recursos humanos que se le destina.