Llevamos ya 17 días confinados y esta pandemia llamada coronavirus, día tras día nos roba seres humanos e ilusiones y esperanzas para seguir viviendo.
No obstante, yo tengo un carácter positivo y pienso que puede abrirse una ventana a la esperanza.
Me gustaría pensar que realmente ya nada va a volver a ser lo de antes, porque hayamos aprendido algo, porque hayamos visto la importancia que tiene el no estar alineados mental, emocional y espiritualmente hablando.
Prefiero pensar que todas esas frases bonitas y videos que ahora corren por las redes sociales, dando importancia a lo emocional, a nuestros seres queridos y no a lo material, no se va a olvidar cuando poco a poco recuperemos la vida normal y podamos salir nuevamente a la calle.
Quiero pensar que los valores personales van a impregnar en nuestra sociedad y que después de COVID-19, volveremos a priorizar la familia y los amigos a las necesidades emocionales, aunque me cueste creerlo.
Quiero pensar que todos aquellos que hayan perdido familiares o amigos que apenas veían, van a hacer un antes y un después en sus vidas.
Sería necesario creer que la esperanza de una vida mejor que la que teníamos, puede convertirse en una realidad, que los tiempos se pueden volver a controlar, que las personas pueden ayudar a otras independiente del beneficio económico que esto conlleva y que se valorará más a los maestros, a los ayudadores emocionales a los periodistas que nos informan diariamente y a los artistas que inundan nuestros sentidos con el arte que emanan.
Un mundo mejor es posible y tal vez el COVID-19 sea una ventana para poder volver a ver peces en los canales de beneficia para que “la gran madre naturaleza”, deje de gritarnos que necesita ser salvada y las grandes multinacionales dejen de contaminar y que todos volvamos a utilizar los medios de transportes públicos. Que las madres o padres que quieran puedan quedarse a criar a sus hijos y no tengan que salir a trabajar por un mísero salario que hace que sus hijos sean extraños y ellos se sientan frustrados por un trabajo que no quieren hacer.
Que seamos conscientes que la igualdad como nos la pintaron es mentira, que la familia y mantener la unidad familiar, a cambio de dos duros en el bolsillo es mentira y que nuestros hijos han sonreído más que nunca en este encierro en casa por tener a sus padres al lado.
Que los intelectuales han tenido tiempo de escribir, pintar, leer o esculpir, sin pensar como van a comer, porque daba igual el cómo, como los gobiernos aprendieran a darles importancia al desarrollo de las artes y no tanto a la innovación y al dinero.
Me encantaría que otro mundo mejor fuera posible, que realmente dependiera solo de nosotros y no tanto de nuestros políticos mal elegidos por habernos prometido pan y circo al pueblo.
Quiero creer que los seres humanos vamos a tener la capacidad de ver más allá, de lo que hemos visto hasta ahora y vamos a ver la gran mentira en la que nos hallábamos sumidos.
Una ventana a la esperanza de una realidad distintas de la que los gobiernos y la economía global nos dibujó, sin olvidar que ellos han sido elegidos por un pueblo sin escrúpulos y sin mucho raciocinio que, solo velaba por sus intereses individuales y no por el bienestar global.
Que el lema, “Los que dan recibirán”, puede mover montañas y que realmente es así y no somos egoístas y damos antes de recibir.
Simplemente me gustaría creer que es posible una realidad distinta y que este COVID-19 puede abrir una ventana a la esperanza de un mundo hasta ahora utópico.
¿Tal vez sea el momento de aprovechar para leer a los clásicos y armarse para poder conseguirlo entre todos?
Ahí les dejo mi reflexión, queridos lectores, la reflexión de una enamorada de la vida que quiere un mundo mejor a su alrededor.