Seguramente, lo más parecido a un confinado en una casa vacía sea un náufrago en una isla desierta, pues, en esencia, los dos se encuentran de forma provisional en una situación de soledad y de movilidad limitada en la que, en principio, no quisieran estar. A partir de ahí, quizás sean más las diferencias que las semejanzas entre ambos. Así, el espacio del que suele disponer un náufrago para moverse suele ser algo más amplio y extenso del que tenemos hoy la mayoría de nosotros en nuestras propias casas.
Así nos lo muestran obras maestras como la novela «Robinson Crusoe» o la película «Náufrago». La única posible excepción en ese sentido serían los microislotes que aparecen en determinados chistes gráficos, en donde apenas caben el propio náufrago con su barba, dos o tres rocas y una pequeña palmera. Por otra parte, siguiendo aún con los hábitats, hemos de reconocer que un náufrago suele estar casi siempre más en contacto directo con la naturaleza y con el mar que nosotros, sobre todo ahora.
Podemos observar también disimilitudes cuando pensamos en la alimentación que seguimos unos y otros, pues el náufrago canónico suele alimentarse, básicamente, de pescado, crustáceos, insectos y cocos, aunque con un poco de suerte pueda llegar a comer tal vez alguno de esos alimentos a la brasa. Nuestra alimentación suele ser, en cambio, normalmente algo más variada, incluso ahora, aunque la experiencia nos dice también que lo que comemos no siempre es lo que más nos convendría dietéticamente. En ese sentido, seguramente casi todos deberíamos de seguir un poco más el ejemplo nutricional de los náufragos, excepto quizás en lo que se refiere a los insectos.
Una circunstancia que sí nos une a todos, náufragos y confinados, es que, a pesar de todo, la soledad casi nunca es absoluta para ningún ser humano. Gracias al teléfono y a internet, en casa podemos seguir comunicándonos estos días con nuestra familia o con nuestras amistades. Es cierto que quizás a un náufrago no le resulte tan fácil poder comunicarse de ese modo con alguien conocido, pero tal vez pueda acabar haciendo algún nuevo e inesperado amigo allí donde se encuentre, como le pasó a Robinson Crusoe con el bueno de Viernes o al protagonista de «Náufrago», Tom Hanks, con una humanizada y sonriente pelota a la que llamó Mr. Wilson.