Esta noche en la entrevista de Jordi Évole al Papa Francisco tendremos la oportunidad de oír esta frase del Papa para referirse al personal sanitario en cualquiera de sus escalas. Podemos decir lo mismo sin duda alguna de las personas que cada día, con un salario mínimo, hacen posible que podamos seguir comprando en los supermercados, tiendas de alimentación y farmacias. También aquellos que están investigando contra reloj para encontrar una vacuna que ponga fin a esta tragedia. O quienes están garantizando, con su presencia en las calles, los suministros básicos o la seguridad de todos.
Otra parte de la ciudadanía es más afortunada aunque esté confinada y no se esté dando cuenta todavía de la suerte que tiene: los que han podido dejar de ir a trabajar cobrando íntegramente su salario y conservando su puesto de trabajo; incluso los que han perdido el trabajo sin opción a recuperarlo porque las empresas en las que trabajaban no volverán a ser nunca viables; los que van a perder el trabajo temporalmente pasando a cobrar una parte ínfima de su sueldo neto porque su salario base nada tiene que ver con resultado de la suma de pluses varios; los que tendrán que cerrar sus empresas o solicitar créditos a los bancos (ignoramos si se han negociado las condiciones para que esas condiciones no sean “leoninas” como suele ser habitual) y cuando acabe todo esto volverán a tener deudas que habían conseguido amortizar con mucho sacrifico durante los últimos años. Poder estar en casa tumbado en el sofá viendo una película de Netflix; trabajando o haciendo lo que sea es en estos momentos un auténtico privilegio.
La peor parte se la llevan miles de personas infectadas que se amontonan día tras día en los hospitales sin poder mantener contacto alguno con sus familiares. Y los que necesitan ser entubados para sobrevivir y no pueden serlo por falta de recursos. Los más desafortunados son los que fallecerán o han fallecido y por supuesto, sus familias, que no han podido ni tan siquiera despedirse de ellos, ni abrazarles para que no sientan tanto miedo en el último momento. Los desafortunados son también los que vivieron una guerra siendo niños, los que nos sacaron adelante con mucho esfuerzo y trabajo para darnos estudios, los que nos han visto triunfar más o menos en nuestras profesiones con títulos bajo el brazo, los que han cuidado a los nietos cuando la crisis de las hipotecas nos devoraba a todos; a esos los hemos dejado dentro de auténticas “ratoneras” y no les vamos a enviar ni tan siquiera más médicos ni equipos para mantenerles con vida de forma artificial porque los equipos no son suficientes para todos y hay que priorizar. No seamos hipócritas ni cobardes y reconozcamos lo que está sucediendo, llamemos a cada cosa por su nombre en esta crisis para que no tengamos que arrepentirnos por haber callado.
Los Santos de la puerta de al lado, al menos en el sector sanitario, se ven obligados a elegir entre dejar vivir o ayudar a morir, espero al menos que sean ellos quienes tengan la última palabra y no los políticos y cargos de confianza de turno para que no se acaben repartiendo las camas y los respiradores del mismo modo y con los mismos criterios con los que gestionan los recursos públicos.