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Control poblacional

Por Gabriel Le Senne
jueves 12 de septiembre de 2019, 02:00h

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Algún lector quizá piense que mi empecinamiento contra el socialismo guarda relación con el PSOE. Nada más lejos. Cuando hablo del socialismo me refiero a la línea de pensamiento (equivocado) que desgraciadamente impregna en mayor o menor medida todos los partidos e instituciones. Lo describió magníficamente Miguel Ángel Belloso en su último editorial en Actualidad Económica, recordando una conversación entre Rafael Termes y Carlos Rodríguez Braun. Como difícilmente podría mejorarlo, permitan que lo reproduzca:

“El liberal piensa que la cooperación social para el bien común se logra a través de las actuaciones de los individuos, quienes buscando libremente su propio interés crean el orden espontáneo, resultado de la acción humana, y no del designio, y que este orden conduce a los mejores resultados posibles. En cambio, el socialista tiene la fatal arrogancia de pensar que la mente de un solo individuo (o de un conjunto de funcionarios a los que, por serlo, se les supone inerrantes y bondadosos) es capaz de construir un orden social con mejores resultados que los que se obtienen a través de la actuación de los innumerables agentes que, procesando la información de una manera imposible de explicar, y que solo el mercado sabe hacer, generan sin proponérselo directamente riqueza y bienestar para todos.”

Gracias a una amiga llegué a través de Facebook a una serie de artículos que narran cómo el socialismo internacional lleva desde antes de nacer yo decidiendo e influyendo más o menos disimuladamente en lo más básico e importante: el número de personas sobre la Tierra. Si admitimos que los Gobiernos están legitimados para decidir cuánta gente es conveniente que exista y actuar en consecuencia, a partir de ahí es evidente que podemos despedirnos de nuestra libertad, porque quien puede lo más, puede lo menos.

Pues bien, tanto la ONU como el Gobierno de los EEUU -y en consecuencia, seguro que muchos más- llevan desde los años 60 y 70 partiendo de bases neomaltusianas (es decir, asustadas ante el incremento de población causado por el progreso económico) para adoptar políticas destinadas a reducir la población mundial.

A modo de ejemplo, pues no he realizado una investigación más que superficial, la ONU aprobó el Plan de Acción Poblacional Mundial en 1974 por consenso entre 137 naciones. Sobre esa base, Estados Unidos elaboró el “Memorando de Estudio de Seguridad Nacional 200” (“NSSM 200”), que se completó el 10 de diciembre de 1974 bajo la dirección de Henry Kissinger y fue adoptado como política oficial de EE.UU. por el presidente Gerald Ford en noviembre de 1975.

Este Memorando concedió máxima importancia a las medidas de control poblacional, por considerar que el crecimiento demográfico era una amenaza para EE.UU. Así, recomendó influir en los líderes de otros países para impulsar métodos anticonceptivos, el aborto inducido (“ningún país ha reducido su crecimiento poblacional sin recurrir al aborto”, dice textualmente) y un largo etcétera.

Entre los precedentes de este Memorando figura el informe de la comisión Rockefeller de 1972 y un memorándum preliminar entre dos de sus miembros (el memorándum de Jaffe de 1969), en el que se analizan otras propuestas más expeditivas para el control poblacional: posponer o evitar los matrimonios, alterar la imagen de la familia ideal, fomento de la homosexualidad, educación obligatoria de los niños, incorporación de la mujer al mercado de trabajo… Entre otras muchas.

Del actual estado de cosas resulta evidente que algunas de estas políticas se están implantando con gran éxito, hasta el punto de que seguramente se les haya ido la mano. Si bien la población mundial continuará creciendo por algunas décadas, luego empezará a decrecer, y en muchos países nos asomamos ya a escenarios en que cada generación será un 30% o más inferior a la precedente. En España, pronto empezarán a sobrar colegios. Lo de las pensiones es el primer problema de muchos.

Quizás pueda parecer algo conspiranoico a simple vista, pero tienen en internet la información que cito, así como multitud de noticias que muestran que las organizaciones internacionales exigen a los países reacios que, si quieren ayuda financiera, acepten estas políticas (prueben a googlear, por ejemplo, “fmi exige aborto”), bajo nombres eufemísticos como “planificación familiar”, “derechos sexuales y reproductivos”, etc. Basta constatar la curiosa unanimidad con que los medios de comunicación adoptan este nuevo vocabulario, así como los cambios de criterio de ciertos partidos.

Ante todo, conviene pensar si nos estamos dejando influir en lo más básico: nuestros objetivos en la vida, nuestra decisión de tener hijos o no, cuándo y cuántos. “El precio de la libertad es la eterna vigilancia”, dijo Jefferson, y me temo que llevamos tiempo sin querer pagarlo. Por mucho que les digan, no hay nada mejor que un hijo (aparte de Aquél que nos los da).

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